Despidiéndonos vamos: Homenaje al padre Arnulfo Trujillo

Vivió apenas lo suficiente para que los caqueteños no lo olvidáramos, aunque él quería pasar desapercibido, de bajo tono. No pretendió los reflectores ni las lisonjas del poder. Ni presumió de la elocuencia o del boato, sagrado o profano. Fue un hombre llano, tranquilo sí, pero consecuente con su tiempo, con la historia, con su fe, y con los pobres de aquí, del Caquetá, y de allá, de la humanidad

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Reynel Pulecio*
Se fue Arnulfo Trujillo, sí, el padre Arnulfo.
Vivió apenas lo suficiente para que los caqueteños no lo olvidáramos, aunque él quería pasar desapercibido, de bajo tono. No pretendió los reflectores ni las lisonjas del poder. Ni presumió de la elocuencia o del boato, sagrado o profano. Fue un hombre llano, tranquilo sí, pero consecuente con su tiempo, con la historia, con su fe, y con los pobres de aquí, del Caquetá, y de allá, de la humanidad.
Tenía una sonrisa de escéptico y de pícaro, justo antes de mostrar sus razones con contundencia y con inteligencia. Por eso casi siempre estaba riendo, con algo de sorna y compasión.
Solo conozco del padre Arnulfo un libro, corto, fino, razonado, franco, profético, sentencioso, casi como un manifiesto: “Monseñor Ángel Cuniberti. Reseña sobre su vida y obra” (2013). Pero es mentira. No es sobre monseñor Cuniberti. En realidad es sobre su alumno predilecto, que pudo ser Arnulfo, pero tampoco: es sobre todos nosotros, los que de alguna forma fuimos o quisimos ser alumnos de Cuniberti pero fuimos apenas briznas de su espectro.
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Exequias del Padre Arnulfo. Fuente: Alex Cruz Aponte
En ese libro el padre Arnulfo hace una profesión de fe cristiana y católica rotunda. Al contemplar la obra vital de monseñor Cuniberti, no se limita a destacar -como yo lo haría- su aporte a la educación, a la organización autónoma de las comunidades rurales, de los sindicatos, de los indios, de los pobres en general y de sus partidos, así fueran partidos pasajeros; o el aporte al desarrollo institucional y de la infraestructura productiva del Caquetá por parte de la Iglesia en su conjunto. No. El padre Arnulfo asume que Cuniberti hizo todo eso porque “Soñaba lo infinito. Soñaba a 2.700 millones de almas que aún no conocían al Crucificado del Calvario y decide consagrarse al apostolado en tierra de misiones”. Es claro que aquí el padre Arnulfo no está justificando a Cuniberti, está explicando su propia decisión de vida.
Hasta un escéptico metódico, como yo, puede entender y valorar y respetar la confesión de fe del padre Arnulfo.
Pero Arnulfo Trujillo va más allá y deja claro cuál es la iglesia por la que él trabaja y vive: la iglesia que se sigue del Concilio Vaticano II. Su iglesia es la misma que defendió Cuniberti cuando con otros 17 obispos de América Latina se declaró socialista cristiano y suscribió el manifiesto de “Cristianos por el Socialismo”. Y explica:
“Se trata(ba) no de un socialismo superficial, de slogan, teórico y alborotado pero sin compromiso, algo solamente cultural, sino de un socialismo científico, analizado, meditado, aplicado, comprometido y relacionado con el Evangelio, que partía de las primeras comunidades cristiana, en las que se privilegió lo comunitario sobre lo individual”.
Y luego sentencia apasionado:
“El socialismo teórico y superficial, sin raíces sociales y comunitarias, sin formas de compromiso, se fue extinguiendo poco a poco en la mayoría de los jóvenes, sindicalistas y universitarios, cuando tuvieron que definirse hacia la práctica y el compromiso”.
¡Ah carajo! Está dando látigo con la razón y con su práctica social, el cura Arnulfo. Cuanta verdad en pocas palabras. Pero hay más y para otros:
“En los obispos y presbíteros, el Concilio Vaticano II alentó el compromiso social-cristiano y la defensa de los pueblos, pero fue frenándose poco a poco, cuando empezó a actuar la corriente anti-reformista dentro de la Iglesia. Esto ocurrió unos 15 años después del Concilio. Allí se empezó a frenar el espíritu renovador de la Iglesia”.
Con todo, la última vez que nos vimos, hablamos entusiasmados de las señales que estaba enviando Francisco. “Sí, pero… falta mucho”, le dije, solo para verlo sonreir de nuevo, socarrón.
Once años estuvo el padre Arnulfo al frente de la educación del Caquetá, en tiempos del Concordato con la Santa Sede. Yo estuve en ese cargo solo un año, cuando ya estaba en manos del gobierno civil. Pero así yo hubiera permanecido 20 años no habríamos hecho ni la mitad. Veamos:
– Cuniberti y Trujillo lograron involucrar a todos los párrocos –que entonces eran el poder y la razón en los pueblos nacientes de colonos- en la idea de que además de iglesia, de tienda de raya, de cantina y de rio, los pueblos debían tener escuela y luego colegio, porque sí, porque el progreso era educación.
– Se ocuparon de crear “mini-concentraciones de desarrollo rural”, así, mini, porque se adecuaban más a la especificidad de los colonos caqueteños y su trasegar, más que las grandes Concentraciones de Desarrollo Rural del gobierno nacional.
– Crearon dos modalidades de colegios abiertos a la comunidad, “teniendo en cuenta a la mujer (…) y utilizando los recursos del medio”: el Bachillerato Agropecuario y el Bachillerato de Promoción Social, extendidos por toda la región.
– Se ocuparon de la educación para indígenas, como en el caso de Mama Bwe, y de recuperar sus utensilios como cultura, aunque para mi gusto lo hicieron con vocación “occidental” y eurocéntrica, sí señor, pero peor era nada y nada era cauchería y muerte, no se nos olvide.
– Y crearon la “Educación Especial”, que entre nosotros era desconocida y era ostracismo y castigo divino, que pena.
– Impulsaron el SENA y la universidad regional, ITUSCO-USURCO-Amazonia, como no, pero sobre todo, como me consta de mis tiempos de sindicalista y de militante de izquierda, el padre Arnulfo siempre promovió la educación como un derecho, no como una dádiva de las élites o de los caciques politiqueros.
– Antes de dirigir la educación regional fue rector del Colegio pre-vocacional Migani, hágame el favor.
Después, cuando llegó la “anti-reforma” o la “contra-reforma”, yo no sé, y dejó de hablarse tanto en italiano entre los curas consolatos y diocesanos, el padre Arnulfo se refugió en la Vicaría del Sur y desde allí, desde los pueblos más godos y más penetrados por el M-19, por las FARC, por los “contraguerrilleros”, por los paramilitares, por los militares, por la coca y por la pobreza, desde allí siguió predicando el compromiso del Vaticano II, de la iglesia en la que él creyó y a la que le dedicó su vida. Entonces fue tratado como subversivo y acaso fue subversivo, como Cunibeti, su maestro, como nosotros, los alumnos, pero sobrevivió para dar testimonio en este libro que relato, casi de memoria.
Despidiéndonos vamos de un caqueteño bueno. Nos encontraremos pronto. Nos encontraremos siempre.
Kay-Ser.
Bogotá, 1 de junio de 2016.
*Economista de la U. Nacional de Colombia y profesor de la misma. Cursó primaria en escuelas rurales de la Amazonia colombiana y bachillerato en el Colegio Nacional La Salle, de Florencia, Caquetá. Realizó estudios de posgrado en universidades de Argentina, Brasil, España, Bélgica y Estados Unidos. En la actualidad es director de la Corporación Viva Amazonia Viva
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El autor con el padre Arnulfo Trujillo

 

 

 

 

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