Instantáneas escritas del Yarí

“¿Van para el “evento”?”, preguntó un san vicentuno que paró a saludarnos. “¿Si saben llegar?. Tienen que seguir derecho, voltear a la izquierda y de ahí hasta Las Damas y seguir y seguir. Me dan ganas de ir, mañana me voy para allá”. Otra señora en Campohermoso afirmó “Ha pasado mucha gente, mucha, esto está muy bueno” mientras el restaurante del lado estaba full de periodistas y ella vendía sus panes.

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Estefanía Ciro*

AlaOrilladelRío inicia el cubrimiento de la X Conferencia de las FARC en las sabanas del Yarí con una serie de instantáneas escritas no sólo sobre el evento, sino sobre lo que significa para el territorio en el que se está desarrollando. A lo largo de la semana encontrará en esta misma entrada nuevas instantáneas que nos ayudarán a comprender lo que está ocurriendo en el país, porque desde el Caquetá se está pensando el proceso de paz.

Jueves Festivo

Instantánea escrita número uno

“¿Van para el “evento”?” preguntó  un san vicentuno que paró a saludarnos. “¿Si saben llegar? Tienen que seguir derecho, voltear a la izquierda y de ahí hasta Las Damas y seguir y seguir. Me dan ganas de ir, mañana me voy para allá”. Otra señora en Campohermoso afirmó “Ha pasado mucha gente, mucha, esto está muy bueno” mientras el restaurante del lado estaba full de periodistas y ella vendía sus panes.

La gente vive una fiesta, si hay una población que ha dejado de sentir el desgarramiento de la guerra es la de acá, entre el Caquetá y el Meta. Ellos vuelven a su cotidianidad; llega un carro cargado hasta el techo de hombres, mujeres y niños, remesa, colchones y mangueras. Es otro más de los tantos que se mueven en el camino. Ellos no van al evento, van a las Olimpiadas Campesinas, un campeonato mixto de fútbol y microfútbol de la región. Lo festivo rompe la guerra.

En unicentro se gritan. En San Vicente del Caguán la rudeza de un militar en un retén que nos empadrona, levanta la voz, pregunta “¿Para dónde van? ¿Quién manda aquí?” y termina con un “Van a necesitar muchas más cervezas de aquí hasta allá, el camino es largo”.

Se atoró el huevo

Instantánea escrita número dos

El carro se atoró en un pantanal, nos habían advertido que después de Las Damas íbamos a encontrar unos pasos difíciles. Tras cuatro horas de haber salido de San Vicente, estabamos corriendo después de que nos advirtieran que faltaban dos o tres, justo antes de anochecer.

La noche nos cayó atorados en un pantanal. Era una vía que había sido muy buena hasta ese punto; como todas las de la región había sido construida y mantenida por las Juntas de Acción Comunal y había sido bombardeada por el Estado colombiano tras las negociaciones del Caguán. Nos atoramos porque, a pesar de su esfuerzo, hay cosas que debe hacer el Estado, mínimo vías, como las que tampoco existen entre Bucaramanga y Zapatoca. Si allá no hay, ¿Qué esperar en las Sabanas del Yarí? ¿Y en todo el territorio del país?. Un amigo decía “Esto no es nada, por las de la Unión Peneya si no pasa nadie“.

Quedarse pegados en el barro debería ser una frase en el himno del Caquetá. Es más, en el de Colombia. Al final, salimos con el empujón de un camión que conducía un muchacho de quince años. De pronto el país necesita la serenidad de alguien así.

En camino al “evento”

Instantánea escrita número tres

Si entró por el Caquetá, cruzó la cordillera oriental, un bosque que se ve crespo y apretado como pubis de mujer. Llegó a Florencia, que tiene ojos ciegos, ve hacia la Amazonía pero la ignora y la desprecia. Viaja hacia el norte, con el piedemonte caqueteño a su izquierda. Montañas como muros, la mayor fábrica de agua del país. En este punto dice un amigo que dicen los indígenas: se une el cielo con la tierra. Nos tocó un camino así, la nube nos acompañó hasta Paujil. En El Doncello está abierta la herida de las agresiones del ESMAD. Los letreros y las banderas de Colombia estaban en todos los negocios y las casas.

La X Conferencia está ocurriendo en una de las mayores movilizaciones en la historia del departamento: la defensa del Agua. El peligro, es el uso perverso político de diferentes sectores por confundir a los caqueteños y caqueteñas para que voten por el “no” en el plebiscito. Cada pueblo del Caquetá tiene un establo a la entrada. Y así llega usted a San Vicente, con el río crecido y un ambiente festivo. Carros llenos de mercancía, camiones saliendo para el evento. Tiendas llenas y curiosos en el parque viendo llegar a la gente. Lo particular del parque principal de San Vicente es que los niños y las niñas pueden jugar basquetbol al mediodía. Desde San Vicente todavía falta siete horas para llegar.

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Paz uniformada

Instantánea escrita número cuatro

“Los Pozos 28 kilómetros” dice el letrero saliendo de San Vicente y pasan a caballo cinco policías al ritmo lento de la cadencia de los caballos. “Eso lo pueden hacer ahora, hace unos años ni hablar” dice un amigo. En el retén de la salida nos empadronaron y nos bajaron del carro, dejaron un poco la rudeza cuando contaron que Caracol había pasado en la mañana.

Contrario a los últimos años, ha aumentado la presencia militar en la carretera. De nuevo hay trincheras en la entrada de Larandia, en la desviación al Pará, en el histórico puente del río San Pedro y a la salida de los pueblos. Pero de San Vicente en adelante no hay ni un militar en la carretera. Eso no quiere decir que las operaciones hayan cesado. “La última vez”, diría un comandante guerrillero “se propasaron y se venían, como que les agarró la perseguidera” y hubo un enfrentamiento “aquí cerquita, como a ocho kilómetros de acá”. Después de eso han estado cerca de la línea de seguridad pero no han pasado “toca esperar, las cosas parecen que han cambiado”.

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Ambiciones

Instantánea escrita número cinco

La luna roja en el Yarí termina en un lomerío a la altura de Las Damas donde empieza la planicie de la sabana, una punta de lanza de la colonización. Un ojo acostumbrado a ver potreros acá ve diferente, vastos pedazos de selva alta rodeado de un cementerio de árboles: troncos quemados, cercas electrificadas y ganado. En este paisaje se materializa la cuenca ganadera del Caquetá.

En las vías destapadas con gravilla roja salen camiones llenos de ganado. Estas son tierras en disputa, para los militares, apoderarse de este territorio es una cuestión de honor, para los terratenientes y grandes familias de este país, un lugar para el despojo. Para los pequeños y medianos campesinos es cuestión de sobrevivencia, para la guerrilla, es su apuesta al futuro, no por nada aquí se hace la última conferencia guerrillera y los ojos del mundo están puestos en el Yarí.

Los rebeldes del Sur

Instantánea escrita número seis

En el camino se encontraron al Ejército y les dijeron que ellos venían para la conferencia. Ellos eran la Orquesta de las FARC. “Fueron amables” dijeron “nos recibieron gaseosa y el comandante nos dijo que íbamos a trabajar por la paz, nos dimos la mano”. Así pudieron seguir. Camilo es el director, tiene cuarenta y cuatro años y canta, toca el acordeón, el piano y la guitarra. Es un hombre recio de corte militar y sonrisa fácil. En un bombardeo salvó uno de los cinco acordeones que tenía la orquesta. Los otros, como en una tortura, los dejó el Ejército extendidos al sol y a la lluvia, como señal de guerra. “La composición nació conmigo” dice Camilo,

“mire al pajarito cantándole a la paz,

también mire a los niños jugar en libertad” ( fragmento de “Bello Amanecer”).

Ellos hacen parte de la misma unidad, tienen un maestro y ya tienen su propio estudio de grabación. Tocan de todo, merengue, bachata, salsa, vallenato, raspa y doble paso, ritmos de las fiestas del sur del país como los que hace también Rumba Kids. Ellos tocan de todo porque, dicen, lo que importa es el mensaje, la revolución. La música la comparten entre memorias para el celular y usb.

La Orquesta surgió como un proyecto de Manuel Marulanda Vélez, a pesar de que tuvo que aguantar las quejas, muchas mujeres, trago, enamorados y recocha entre la disciplina militar. Pero la defendió, él mismo le puso el nombre que cambiaron a “Sinsontes del Sur” después porque “Los rebeldes” sonaba a indisciplina y sí, aceptó Camilo, eran indisciplinados. Al morir Marulanda, volvieron a ponerle el nombre que él les había puesto “Los rebeldes del sur”.

“Nada de esto sería posible sin las FARC, nos da todo, los instrumentos, el maestro. En la guerrilla encontré lo que no encontré allá afuera” afirma Camilo. “Todo empezó cuando yo me vine de la casa, uno siempre llega pensando en los que se quedan allá, en mi mamita, yo tenía una mamita y le hice una canción, yo quería cantar en una fiesta y no me querían dejar. Al final me escucharon y les gustó”. Nadie sabía tocar nada y en ocho meses ya tenían orquesta.

Esto hasta que la guerra apagó la fiesta. Durante el Plan Patriota murieron once de los catorce músicos. Al lado de Camilo están ahora Steven y Kalet, percusionista y cantante de veintidós y veintitrés años. Son la nueva generación que lleva el instrumento al hombro. Se quejan de que la conferencia es una fiesta y sí, queremos que la fiesta reconstruya lo que la guerra acabó. Así se sana un país.

Bienvenidos a El Diamante

Instantáneas escrita número siete

La llegada a El Diamante en el Yarí es por un camino que atraviesa lo que queda de la selva, un oasis de árboles que le dan frescura a la llegada y que contrastan con la sabana. En la noche, el punto de acreditación está unos metros después de pasar un arco de entrada, y nos recibe Milena Reyes con su equipo de trabajo; nos piden las cédulas y nos inscribimos como prensa. Para variar no estamos en la lista pero nada que no puedan responder, les muestros nuestros correos y ya se soluciona. Nos dan las indicaciones correspondientes sobre el campamento y nadie nos requisa ni revisa nuestras maletas; ninguno de ellos está armado.

Para el jueves hay espacio en todos los campamentos y nos quedamos en el más cercano que resulta ser el más cómodo, el del Bloque Oriental. De ahí en adelante en la jerga cotidiana la pregunta típica entre todos los que se van conociendo es ¿en qué campamento te estás quedando? Y las respuestas nos meten la lógica del ordenamiento territorial de las Farc en la cabeza, “en el oriental”, “en el sur”, aprendemos a responder. Hasta los periodistas más torpes para comprender a las Farc tienen ya que diferenciar un bloque y un frente, esto ya es un gran paso en una guerra que nos ha hecho caer en cuenta (y en el Yarí se ha notado) lo tanto que ignoramos del “enemigo” a pesar del bombardeo mediático desde hace décadas.

Caminamos detrás de un guerrillero que nos recibe como cualquier botones de hotel. Nos trata con amabilidad y nos internamos en el campamento que queda entre la selva, caminamos a tientas porque no tenemos linterna. Elegimos las caletas en las que vamos a dormir, son hechas en palos y con techo de plástico negro, que tienen una cama armada elevada con una colchoneta encima; cada cama tiene un kit de sábanas, cobijas y toldillo. Completamente neófitos en el asunto, un guerrillero nos enseña a poner el toldillo, vamos entendiendo este nuevo país. Es en esta oscuridad, al sonido de los animales de la noche del Yarí es que nos quedamos dormidos y al otro día, los vecinos de las caletas del campamento se presentaron como guerrilleros del Bloque Oriental.

Mapa del Sitio para la ruta hacia la paz

Instantánea escrita número ocho

Farcstock. FarcPicnic. Las carpas y la tarima dejan a los visitantes impresionados. Para llegar a ellas, subimos todos los días un kilómetro desde el campamento hasta una mesa sobre la sabana en la que está ubicado el área de prensa, una carpa enorme llena de mesas, sillas y conexiones eléctricas, con el espacio de rueda de prensa al lado, el área de camping y camarotes en otra área cubierta. Piso de tierra. Detrás los baños y las duchas portátiles y en otro lado el restaurante que vende desayunos (10 mil), almuerzos (15 mil) y cenas (10 mil) por parte de contratistas caqueteños. Cruzando una calle está otra carpa que vende bebidas y que en la noche se convierte en el Yarí Beer Company, donde la lata de águila y la de club Colombia cuestan igual, 3000 pesos, y tiene lugar la fiesta pos concierto que cierra cada fin de jornada.

Hay también una tarima blanca en una explanada que deja ver la sabana en 360 grados: al mismo tiempo se ve salir la luna roja y esconderse el sol. La tarima tiene una pantalla central y dos pantallas en los costados, cada artista se ve enorme, no por las pantallas sino porque el Yarí los hace lucir. En este lugar, en las noches, las Farc le apuestan por mostrarle al mundo que también quieren ser un proyecto cultural.

El restaurante de periodistas contrasta en precios y estética a la “zona popular”, a la “cuadra picha” de El Diamante. La fonda Brisas del Diamante y el resto de negocios locales de carpas de cerveza Águila que se armaron sobre la vía principal: los ecuatorianos con su ropa definen la estética de todos acá, el chuzo de los tamales, del chorizo, del tinto de la mañana pero también de mesas llenas de latas de cerveza en la noche. Vallenatos, corridos, rancheras, salsa, merengues, bachatas revientan las noches en El Yarí.

En el punto más alto está la torre donde se vende el internet – que finalmente nunca funcionaría- y “el telecom” de El Diamante con las filas eternas de las llamadas. Ahí aprendí lo que significa arriesgarse a una fila de horas para que ningún teléfono responda cuando por fin llega el turno.

Siguiendo la “autopista”, baja la mesa donde nos ubicamos y está el evento central de la Conferencia: unas construcciones en bloque y en guadua restringido a los periodistas donde se oyen de vez en cuando aplausos y desde donde salen los personajes para entrevistar. Todos los delegados de la Conferencia están ahí.

También hay una estación de gasolina y una enfermería. Las vías son en tierra roja, el polvero se levanta cada vez que pasa una camioneta. Muchos ya han comprado ponchos guerrilleros porque entre tanto sol y polvo, se necesita algo para cubrirse. Pero el mejor lugar de la Conferencia es el charco, una quebrada que atraviesa todo el complejo y que a la altura del Bloque Oriental tiene su mejor expresión, un bañadero profundo en el que todos nos quitamos el polvero de encima.

Estaba lavando la ropa cuando noto a un periodista francés tomándome fotos. “Lo siento”, le dije, “no soy guerrillera, no pierdas la foto”, y me respondió, “al contrario, el subcomandante marcos decía que la libertad del guerrillero estaba en quitarse las botas”. Todos – periodistas, investigadores, guerrilleros, sus familias, los trabajadores de la infraestructura- se quitaban la ropa y bañaban en ese lugar todos los días: lavaban la ropa, se echaban jabón, se tiraban desde un alto, se reían. Todos compartíamos el mismo polvero y cuando nos lo quitábamos, no había diferencia. El silencio de los fusiles es bañarse todos en el mismo charco.

 

Los ansiosos y los pacientes

Instantánea escrita número nueve

“Hoy me han entrevistado 14 veces”, dijo una guerrillera en el campamento del Frente Sur, en un enorme ejercicio de paciencia respondiendo las mismas preguntas: ¿cuándo entró a las FARC? ¿Por qué? ¿Cómo los tratan en las FARC? ¿Qué piensa hacer al día siguiente que salga? ¿Qué piensa de los acuerdos?

Milena Reyes comunicó que estaban inscritos 900 periodistas, todos no llegaron pero sí lo hizo el número suficiente para encontrarse uno en cada caleta con una cámara y una grabadora. Cada vez que pasaba por la caleta de una pareja de guerrilleros que dormían cerca de mi, veía a un periodista y un fotógrafo haciéndoles preguntas y convenciéndose a sí mismo de que en las FARC existían relaciones maritales, amores pasajeros, peleas entre novios. Y está bien, esa era la idea.

Pero después de ver el trabajo de los periodistas nacionales, internacionales y alternativos, me dediqué a fotografiar el asedio, a observar a los periodistas, su intromisión, sus preguntas, su amarillismo. Iban detrás de la embarazada, de la mujer que se maquillaba, de la pareja que veía videos en su computadora, de la niña de 18 años, de la chiva. Observé cómo se rompían los mitos sobre el enemigo.

Pero bueno, a eso fueron y eso quería la guerrilla también. No dejaba de ser inquietante tanta exposición, sobre todo a personas que habían vivido sin ver “civiles” por tantísimo tiempo, pero esa era la idea, mostrar su cotidianeidad, sus vidas en la guerra y en la paz, como ejército y como campesinos y pobres, los rostros detrás del enemigo que ha sido creado en gran parte por los mismos medios comerciales. Y lo lograron, porque por más que buscaran (Salud Hernández poniéndole charla a algún guerrillero por ahí, los de RCN y Caracol metidos en las caletas buscando que les dijeran que estaban forzados en la guerrilla), lo que se encontraron finalmente fueron hombres y mujeres, pobres y campesinos que no tenían otra historia que contar más que la suya, de pobreza, de exclusión y de violencia, y que mostraron su disciplina política y colectiva.

La cuestión se volvió un reality cuando los problemas con la conexión de internet se agudizaron y definitivamente ya no hubo manera de transmitir fotos, textos o los eventos en vivo que iban ocurriendo. El único que tenía una sonrisa para todos y siempre era Juan Carlos Mateus, con internet satelital ilimitado que junto con la prensa internacional y nacional comercial fueron los únicos que pudieron informar. De resto, empezó la crisis: todos escribían, y cuando podían enviar algo, no sabían si lo publicaban, y si lo publicaban, no sabían qué ediciones habían tenido o qué comentarios generaba en la gente. No sabían si habían escrito las mismas historias, entrevistado a la misma embarazada. Así que fueron dos o tres días de ansiedad colectiva que se reflejaba en el calor de la carpa de prensa y el desahogo llegaba en la noche, cuando el trago fluía de mano en mano en Yarí Beer Company o en las Brisas del Diamante.

La cosa se calmó cuando los más ansiosos se fueron, y los que se quedaron decidieron tomársela con calma. Las FARC reconocían la crisis y cedían en diferentes cosas, se instaló internet con un cable para que la gente llevara su computadora y enviara sus textos y dejaron entrar a la Conferencia en momentos específicos. Pero hay que aceptarlo, el país se hubiera revolcado de arriba para abajo si los conciertos, las fotos, las entrevistas, las ruedas de prensa se hubieran podido transmitir en vivo desde formas alternativas, con miradas que transgredieran tanto mito. Y no como Caracol, que persiguió como cazador a la mamá que se reencontró con su hijo guerrillero e impidió ese primer abrazo en la mitad de uno de los conciertos.

Martín tenía su caleta el frente del charco, el famoso bañadero. “Yo no sabía que esto iba a ser así, no me hubiera hecho acá”. Al frente de su cambuche tenía la autopista de paso de todos los periodistas que no ahorraban la frase “¿Puedo hacerle unas preguntas?”. A todos les dijo que no, pero es de los pocos que sé que lo hizo. La paciencia y la ansiedad permitieron de todas maneras que se empezara a romper ese muro de cristal que separa tantos mitos entre los enemigos.

Los nombres

Instantánea escrita número diez

Para e.c.

“Luz Adriana Perafán Torres, ingresó a las FARC el 3 de Mayo del 2010. Sus padres están…. Se busca a Fernando Marín Hernández, ese es el nombre original, el nombre de guerra es Aldemar Castillo, ingresó al Frente 14 en el 1984” decía el papel que Carlos Lugo leyó en la tarima en el Yarí, entre canción y canción. Después seguía “Ruth Rodríguez busca a su hermano Jorge Rodríguez, Harry Sánchez busca a su hija Mayra Alejandra Ospina Sánchez, hace 8 años no tiene noticias de ella. Olga Leal busca a su sobrino John Freddy Sarria”. Así, el paquete de papelitos escritos a mano por los protagonistas que iban pasando de mano en mano hasta llegar al artista de cada noche, se convirtió en el intermedio de las canciones de ska, rock, llanera y andina, lo que fuera. Era un listado de nombres que le recordaba a los asistentes que no era Rock al Parque, sino – para ese momento- FindelaGuerra al Yarí.

El día del primer concierto solo hubo un mensaje, aislado y tímido. A todos nos dejó fríos, excepto a las pirañas de Caracol Televisión que tenían la chiva perfecta para el noticiero de la mañana, un reencuentro de familiares. Entre las sillas de los espectadores, se vio al periodista correr con el camarógrafo detrás de la mamá que encontraba a su hijo guerrillero; ellos no pudieron fundirse en un abrazo porque el micrófono se les atravesó.

Al otro día, ya no era solo un mensaje sino llegaron cinco y ya en el tercer día, entre cada par de canciones, los artistas paraban a leer los nombres de los ausentes, vivos o muertos, que la mamá, el papá, el tío, el hermano buscaban, que se fue hace 30, 20, 10, 5 años. Un conocido mío buscaba a su hermano, que se había ido a las FARC hace dos años.

“Norbey Suárez Lozada, nombre original Edwin Suárez, nombre en la guerrilla Pablo del Frente 14. Fernando Marín, Carolina Vélez, Damaris, Natanael Vargas…”. Para la tercera noche, la organización había decidido que los encuentros tendrían lugar en la sala de prensa, lejos del amarillismo de los medios comerciales.

Al cuarto día, ya no se veían tantos guerrilleros por ahí sino enormes grupos de civiles: sus familiares, esposas, hijos e hijas, hermanos y hermanas, padres, madres, bien vestidos, campesinos y campesinas, abrazados en el reencuentro y otros solos, esperando y buscando, entre los cambuches, en los campamentos, en los chuzos de comida y en los conciertos. El fin de la guerra le daba nombres, apellidos y familia a los combatientes, caídos y sobrevivientes; los nombres también son botín de guerra.

Hace unos días, Doris Salcedo hizo un ejercicio de arte y memoria en la Plaza de Bolívar. Entre las múltiples polémicas que causó fue el de los nombres pues las fotos que inundaron las redes sociales no dejaban ver los nombres de las víctimas, se perdían en la explanada de tela blanca. El ojo del mundo se dividía entre ver la Plaza de Bolívar vestida de blanco o ver los nombres de las víctimas de cerquita. Era como la misma guerra, entre tanto fusil y tanta sangre, los rostros se perdían y solo se podían ver de cerca, caídos, mutilados, desplazados.

Hace unas semanas, en un encuentro de historiadores en el Caquetá, una expositora hablaba de las marchas campesinas cocaleras del 96 y al final, entre las conclusiones, una línea de la presentación del PowerPoint decía: “- Exterminio de los líderes de la movilización”. En ningún momento de la ponencia se mencionaron los líderes, ni siquiera cuando llegó la hora de mencionar, como una anécdota del momento, que habían sido “exterminados” – ¿como plagas?-. Al parecer eso no era importante.

Dos años atrás el estado mexicano desapareció a los muchachos de Ayotzinapa. En la presentación de su libro Paula Mónaco Felipe ponía a los asistentes a leer en voz alta el nombre de cada uno de los 43 muchachos y una reseña de sus aficiones, sus fugaces vidas; sus nombres eran su dignidad y la dignidad es parte del botín de guerra.

“Buscan también a Luvari Baltazar Martínez, lo busca su hijo Yaner; A José Nelson lo busca su mamá Carmen Ossa” (¿Qué habrá ocurrido con cada uno de los papelitos escritos a mano que se leían en la tarima del Yarí?)

Lo del Yarí espontáneamente le ponía rostros, nombres y familias a los caídos y sobrevivientes en un proceso que despedía (en ese momento) la guerra. Salían a la luz nombres sin alias y se desdibujaba cada segundo esa línea hecha a plomo entre el civil y el militar. Mientras se despedía, los estertores de la guerra recordaban la miseria humana.

Una noche buscaban a un guerrillero de un frente del Bloque Sur. Un comandante de ese Bloque que estaba al lado mío musitó hacia nosotros: él ya no vive, a ese frente lo liquidaron completo, completico. No lo busquen, está muerto.

Mi amigo se regresó del Yarí sin saber qué había ocurrido con su hermano.

*Coordinadora de la línea de investigación Economía, poder y sociedad. Es economista, mágister en historia de la Universidad de los Andes y candidata a doctora del programa de posgrado de ciencias políticas y sociales de la Universidad Autónoma de México, docente e investigadora del centro de pensamiento A la orilla del río. Consultora independiente.

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