Fotografía: Alaorilladelrío Pescado, Belén de los Andaquíes, Caquetá. Estefanía Ciro.
Oscar Neira*
Entrar en las agendas de opinión pública nacionales e internacionales es más fácil de lo que se considera. Basta un atentado, un hecho que responda al guión nacional estándar (“los caóticos, los conflictivos, los violentos”) en el que esté la región de la noticia, para que en cualquiera de los escenarios mediáticos nacionales abran el espacio. Así, la imagen es la del periodista dando paso a un cuadro en el que sin dudarlo estará el rastro de la destrucción, de lo feo, lo malo, lo desamparado, en apariencia desnudo, pero con toda la carga para el ojo que no debe motivar el cambio del canal o para el oído que no motivará el cambio del dial. Todo azuzando sin el contexto del caso.
Podemos decir que ese es el marco en el que han situado al periodismo periférico. Este es comprendido como el que hacen, en su mayoría, informadores acerca de las regiones más apartadas y aisladas de dinámicas distintas a las del desarraigo, la guerra, la corrupción; lo estéticamente más exótico para un público que no necesita saber más de tan lejos.
Un periodismo periférico, por la misma connotación de esa palabra, instalado en la lejanía aun estando cerca y nulo innovador en las narrativas propias, las cuales no ceden por ser esenciales, pero sí se transforman al ritmo del guión mediático nacional que repite y repite, con distinto tiempo y espacio.
Jamás habrá, en el actual estado de cosas, un periodismo periférico instalado en la periferia. Mientras persista la guerra, las narrativas sobre la periferia en los medios nacionales seguirán siendo las de la magnificación de la guerra.
Pero también los medios locales están en las agendas de la guerra por simple mímesis. Cuando se trata de proyectar agendas desde lo local a lo nacional, los medios locales fallan, y no porque no haya noticias; ahí intervienen aspectos como las lógicas comerciales de esos medios, la calidad del producto noticioso, la falta de contexto del periodista, entre otros.
Con el inicio del cese al fuego decretado por las Farc, está de nuevo a prueba la capacidad del periodista periférico para innovar y construir contenidos periodísticos que saquen a la región de la lógica miserabilista, violenta y guerrerista de siempre. Es deber del periodista local hacer seguimiento al cese al fuego, pero su deber no sólo debe responder al guión nacional que atizaría cualquier hecho para construir el imaginario de que no vale la pena una salida negociada a un conflicto histórico y que parece perenne.
Si la fuerza de la historia permite que después del desescalamiento de las acciones bélicas definitivas se disminuya a niveles históricos la comisión de atentados y la muerte de colombianos en los dos bandos de la guerra, los periodistas tienen el gran y noble compromiso de instalar en el imaginario regional y nacional a nuestra región, ya no desde la carroña que deja el armado espectáculo de la guerra, sino desde la responsabilidad mayúscula de decir lo que pasa. Y no sólo pasan los helicópteros en el cielo.
No hay peor ciego que el que no quiere ver.
*Oscar Javier Neira Quigua nació en Florencia, estudió en el Colegio Nacional La Salle y se graduó de Comunicador Social y Periodista en la Universidad Surcolombiana de Neiva. Ha sido asistente de investigación en el Grupo Colciencias Culturas, Conflicto y Subjetividades en la Región Surcolombiana de la Facultad de Ciencias Sociales de la Usco. Ha trabajado como Director de la Emisora de la Universidad de la Amazonia, como periodista y editor de diarios como La Nación, El Líder, Extra y recientemente fue el periodista de la emisora Cristalina Estéreo. Se desencantó del ejercicio en los medios regionales y se fue a enseñar español a Zabaleta, Inspección de San José del Fragua. Estudia una especialización en pedagogía y espera escribir un libro de crónicas sobre la guerra en el Caquetá.