En la actualidad, existe un gran debate sobre los alcances que la economía colaborativa, o share economy en inglés, puede llegar a tener en la sociedad. En medio de la controversia, surgen argumentos que, al parecer, buscan que las personas estén o a favor o en contra de la implementación del modelo. Así, se crea un zigzag de polos opuestos que no deja espacio para cuestionar si es posible tomar el timón, ir en direcciones deseadas, e intentar esquivar huecos, o si simplemente activamos el piloto automático, porque es algo inevitable y su kilometraje comenzó hace tiempo.
Para comenzar, se puede afirmar que, el término de economía colaborativa hace referencia a la interacción que hacen dos o más personas, por medio de intermediarios digitales, para ofrecer o adquirir bienes y servicios. Por ejemplo, que una persona pueda compartir o rentar su auto, y una persona sin auto pueda acceder al mismo.
¿Dónde está la novedad? Desde sus orígenes, el ser humano se ha organizado en comunidad y ha podido sobrevivir gracias a su constante relación con los demás. Por lo tanto, la economía solidaria no es algo nuevo, y mucho menos el trueque, que ha sido utilizado desde inmemoriales tiempos; lo novedoso aquí es que, bajo la imagen de solidaridad y uso más eficiente de los recursos, un intermediario digital se lucra y se queda con gran parte de la ganancia.
¿Ganancia? Si, la ganancia. Y esta es la mayor diferencia que se debe resaltar entre este “nuevo tipo de economía” y otras formas de economías solidarias. En las últimas, la ausencia de ganancia individual es una característica primordial. Esto se debe a que promueven una relación de apoyo y fraternidad, que busca humanizar la economía y privilegia el desarrollo humano, por encima de búsqueda de ganancia o beneficio individual.
Lo anterior significa que, bajo una máscara de solidaridad y en su necesidad intrínseca de crecer, el capitalismo ha permeado nichos que normalmente funcionaban como altruismo y los convierte ahora en posibilidad de negocio.
En la red, se pueden encontrar servicios que van desde facilidades de transporte, como Uber, hasta contacto con personas que se ofrecen para regar plantas mientras uno se va de la ciudad. Pero ¿desde cuándo es necesario buscar en internet a alguien para que riegue las plantas y no mejor abrir la puerta y saludar al vecino(a) que quizás pueda colaborar? Si deseamos tener más contacto con los demás ¿por qué acudir a internet y no hablar u organizarse directamente con las personas? ¿Será el remedio peor que la enfermedad?
Capitalización del último espacio. El favor. No se cuestionan acá los beneficios de compartir y organizarse con los demás. Lo cuestionable aquí es el hecho de que lo que antes eran favores, ahora sea negocio. Y peor aún, que parte de la ganancia económica no quede entre las partes involucradas, sino en la empresa que los une.
En este sentido, el término de economía colaborativa es engañoso, dado que su objetivo principal es generar ganancia, beneficiarse del sentimiento de solidaridad, y no fortalecer las relaciones humanas, que el mismo sistema se ha encargado de deteriorar. Para quien tenga dudas todavía, hay que tener claro que la colaboración no es una mercancía.
El hecho de que el capitalismo haya entrado al último rincón de nuestros corazones, y monetarice ahora el sentido de hermandad, es una alarma que nos llama e indica que algo puede andar mal.
Principales sectores afectados
Transporte. En países como Colombia, aunque los taxis están regulados y cuentan con revisión técnico mecánica obligatoria y sus conductores necesitan permiso de conducción de categoría mínima C1, el servicio de Uber se muestra como servicio de “lujo” y aprovecha fallas del tradicional gremio de taxistas, como estrés de sus conductores y posibilidad de que tengan taxímetros adulterados. En consecuencia, los usuarios demandan que se permita la implementación de la aplicación en el país, al verla como una posibilidad de transporte más justa y de mayor comodidad. A pesar de esto, no existe todavía una regulación clara, ni tampoco una amplia información sobre el funcionamiento y efectos que podría tener la aplicación.
En Alemania, y adicional a la regulación de taxis en Colombia, este tipo de transporte cuenta, obligatoriamente, con seguro de accidentes y los taxistas son empleados, por lo cual, su trabajo les permite acceder a seguridad social y pensión. Así mismo, al menos el 7% del producto del servicio se paga en impuestos.
Uber, al funcionar únicamente como intermediario, no asegura el estado de funcionamiento de sus vehículos ni responde en caso de accidentes, por lo cual, a nivel mundial puede que usar este servicio sea aún más inseguro que otras opciones de transporte, y que el conductor deba cubrir el 100% de gastos de seguro y mantenimiento, o, en caso de accidente, el total de gastos por daños ocasionados a personas o vehículos. Inclusive, es posible que el o la pasajera que se vea afectada deba suplir sus propios gastos.
Igualmente, al cumplir la función única de intermediario, las personas que trabajen con la aplicación no reciben seguridad social ni pensión.
Por otra parte, y según una investigación publicada por la revista Fortune, por cada recorrido, Uber se queda con un porcentaje que varía, de país a país, entre el 20% y 30%, y transfiere el dinero a Uber BV, que tiene su sede en Holanda. Pero Uber BV se queda sólo con el 1% de la ganancia, y el resto lo transfiere a Uber International CV, como pago de regalías de propiedad intelectual. Y debido a que en Holanda la propiedad intelectual no paga impuestos, esta maniobra resulta efectiva a la hora de eludir cualquier tipo de gravamen. Para completar la hazaña, la casa matriz de Uber International se encuentra registrada en las Islas Bermudas y reporta cero empleados, dando como resultado un impresionante juego, capaz de poner en jaque varios intentos de reglamento.
Todo lo anterior, sin siquiera profundizar o tocar el tema de filtración de información privada de pasajeros. La cual puede botar mapas completos de desplazamiento de viajeros y hasta demostrar si alguien frecuenta lugares que le gustaría mantener en secreto.
Hotelería. Este es otro de los sectores que reciben gran impacto en este tipo de economía, el cual, gracias a aplicaciones como Airbnb o My TwinPlace, ha expresado su preocupación y solicita que se tomen medidas regulatorias al respecto. Al igual que Uber, estas aplicaciones no pagan impuestos y los lugares de alojamiento que ofertan tampoco cumplen con los estándares de calidad y seguridad que deben verificar los hoteles para su permiso de funcionamiento.
Argumentos a favor y en contra
Organizaciones como OuiShare defienden este modelo, por ser, en primer lugar, un incentivo colaborativo, que da la oportunidad de que las personas vuelvan a relacionarse directamente. Así mismo, señalan que se suscita la inclusión, dado que personas de todo el mundo pueden participar y acceder fácilmente.
Sin embargo, si se afirma que un modelo económico promueve sociedades colaborativas, es decir, que el modelo se preocupa por la humanidad y busca mejorar la calidad de vida, ¿por qué evade impuestos? -Que son una manera de redistribución de ingresos en la sociedad inequitativa; y ¿por qué no paga seguros o salarios para las personas que trabajan para beneficiar sus proyectos?
Por otra parte, el argumento de que este modelo es incluyente, porque cualquier persona puede acceder al mismo, ignora que gran parte de la población mundial no tiene acceso a internet, o tarjetas de crédito, necesarias para pagar la mayoría de transacciones, ni mucho menos posee los recursos para pagar por formas de organización que podrían lograrse sin dinero.
De igual forma, se ha argumentado que en este tipo de economía, cualquier persona puede generar ingresos de manera creativa. No obstante, en el caso de transporte y hospedaje, muchas personas, de escasos recursos, no pueden participar como ofertantes, ya que, al no poseer autos ni apartamentos, no tienen manera de generar ingresos. Esto quiere decir, que también aquí, es la misma clase alta y media quien oferta, y los más pobres los que pagan los impuestos.
En contraposición a posturas como la de OuiShare, se pueden encontrar perspectivas como la de Harald Welzer, sociólogo alemán, quien asegura que este tipo de economía no utiliza un principio novedoso (el de la colaboración) y que, por el contrario, la consecuencia de la monetarización de las relaciones sociales puede ser devastadora. Según él, en Uber el conductor se limita a transportar, y en aplicaciones que ofrecen intercambio de casas u hospedaje, la mayoría de las veces, las personas ni siquiera entran en contacto personal. Por lo cual, para él, el argumento de que este tipo de aplicaciones nos acercan más a los demás se destruye al observar su funcionamiento y corroborar que estas transacciones no se diferencian de ninguna otra transacción comercial: es impersonal.
En la misma dirección, la Federación Alemana de Sindicatos DGB (por sus siglas en alemán) resalta que son los intermediarios los que generan ganancias, y exigen protección contra el despido, un salario mínimo y regulación para el modelo.
Ciudades como Barcelona han logrado generar regulación en contra de alojamientos ilegales y en Holanda se exige pagar a las autoridades una tasa de dinero por ganancias derivadas de la aplicación Airbnb.
Por su parte, en América Latina se realizó la primera conferencia latinoamericana sobre economía colaborativa. En la que, organizaciones de sectores afectados generaron alertas e invitaron a buscar estrategias para disminuir efectos negativos y buscar salidas alternativas.
No obstante, aunque algunos sectores afectados de la región expresaron su preocupación, también se ha comenzado a vender la idea de que, esta es una oportunidad histórica para hacer parte de la cuarta revolución industrial, y que la implementación, del referido modelo, posee gran capacidad para transformar el desarrollo en América Latina.
Aunque en la actualidad existen modelos de economía social y solidaria, con gran experiencia y resultados positivos, por ejemplo en Ecuador y Bolivia, es posible también aprovechar aspectos positivos de la digitalización y utilizarlos de manera realmente colaborativa. Este es el caso de sharings, una propuesta que subraya que compartir es dejar de considerar las cosas como mercancía y propone romper el monopolio de las plataformas digitales, a través de la creación de plataformas libres, que promueven la colaboración, en todo el sentido de la palabra.
Para finalizar, y como se prometió al inicio de este documento, se resalta que no se trata de estar a favor o en contra, sino de invitar al diálogo y generar propuestas que fortalezcan los pros y disminuyan los contras. El debate acerca de las implicaciones y posibles maneras de minimizar impactos negativos está abierto. Y abierta está también la invitación para generar iniciativas colaborativas en cualquier contexto.
Así mismo, es necesario tener en cuenta que, para compartir el auto, libros, alimentos, ideas o cualquier tipo de bien o servicio con amigos o vecinos, no se necesita un computador, un “smartphone”, o una aplicación. Las posibilidades son infinitas, e infinito es nuestro pensamiento y nuestra capacidad creativa.
*Profesional en Lenguajes y Estudios Socioculturales de la Universidad de los Andes, con capacidad de análisis crítico de entornos sociales, prácticas culturales y relaciones de poder. Interés orientado hacia la investigación y propuesta de transformaciones sociales en pro de sociedades más justas e incluyentes; y las artes y educación como herramientas creadoras de tejido social y de cambio.