Tormentas de humo sobre la Amazonia

Es muy probable que la presión extractivista sobre la Amazonia se intensifique con el nuevo gobierno de Jair Mesías Bolsonaro (aunque suene increíble su nombre es ridículamente cierto y peligroso). El presente momento histórico augura incandescentes huracanes dirigidos a mercadear la Amazonia. El riesgo de terminar extraviados en desiertos agonizantes hace tiempo dejó de ser pánico de ambientalistas alarmistas, es una realidad inocultable que nos expone a la sed, a las sequías, a las enfermedades y a nuevos conflictos.

 

 

 

 

*Marco Tobón

 

El nuevo presidente de Brasil ha sido el matón arrojado al juego político para re-impulsar los privilegios de la república oligárquica. ¿Esto qué quiere decir? Que gobernará para quienes respaldaron y financiaron su candidatura: los grandes propietarios de la tierra, el coronelismo golpista, la burguesía financiera (que, con sus bancos, jamás pierde un centavo), los pastores de las iglesias evangélicas y los dueños de los grandes medios de comunicación, reactivando a su paso un feroz proyecto moral de privilegios: racista, patriarcal, homofóbico y machista. Nada nuevo, una criatura más para el bestiario tropical latinoamericano, ladridos violentos y defensa del estado rentista. Extractivismo a tope para pagar los favores de sus socios, lo que supone arrasar a su paso con los ecosistemas que albergan las materias primas a ser feriadas. Es el rostro más abominable de la derecha latinoamericana, como ya se ha advertido insistentemente, reaccionarios signados por la letra B (Bolsonaro: Buey, Bala, Biblia). Bandidos a fin de cuentas.

 

La Amazonia desde la intervención del régimen de esclavitud cauchera (1880-1932), ha estado siempre expuesta a feroces fuerzas depredadoras. Quienes han sufrido las violencias de dicha intervención han sido aquellos seres humanos que habitan las selvas y los ríos de modo no destructivo, indígenas, caboclos, riberiños, campesinos. La región aparece así, ante la mirada prejuiciosa de las élites, como la última frontera a ser tomada, reserva disponible -como si les perteneciera- para la actividad agropecuaria (ganadería extensiva, monocultivos de soja y palma para biodiesel), selvas que atesoran grandes yacimientos mineros desde hace años mapeados e incluidos en las futuras fases de explotación. La Amazonia, además, en la mente de los negociantes de las urbes latinoamericanas, cuando no es paisaje deshabitado, es tierra próspera donde germinan aquellos seres “obstáculos al progreso, estorbos al desarrollo”, personajes prohibidos, cantos incomprensibles, indios salvajes, criaturas caníbales, guerrilleros, outsiders del mercado y de la burocracia, lugar de fugitivos sin Dios, territorio en el que, a los ojos del Estado, se alojan las pesadillas de la nación. Este territorio, en consecuencia, merece ser civilizado, vendido, cristianizado, estatalizado con las armas de la patria. A la sociedad hegemónica, le cuesta afirmarse por completo en las selvas ecuatoriales de América y sus fronteras. Disputa siempre la conquista del consentimiento y la obediencia de las que goza su poder en otros ámbitos de la vida nacional. En los ríos de la Amazonia, los planes políticos estatales son permanentemente desafiados por diversos actores que tratan de construir su propio orden social, el cual, sin estar libre de conflictos e injusticias, por el solo hecho de controvertir las instrucciones dominantes, es considerado como un amenazante desorden ilegal.

Foto Marco Tobón. Medio Río Caquetá.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Todo este proceso de intervención extractivista, racista y depredador, como fue dicho, viene desde la época sanguinaria del caucho y no ha parado. Incluso en los gobierno del PT (Lula 2003-2011, Dilma 2011-2016) no hubo políticas directas para revertir las fuerzas de explotación económica sobre la Amazonia, la deforestación no se contuvo. Los gobiernos de Dilma fueron los que menos tierras indígenas demarcaron e incluso se inició la construcción de la intrusiva y catastrófica megaobra de la Hidroeléctrica de Belomonte sobre la cuenca del río Xingú, un claro ejemplo de “colonialismo interno” que destruyó la vida de los pueblos indígenas kayapó, arara, arareute, apidereula, juruna e maracanã. Como ha insistido la periodista Eliane Brum rastrear la construcción de Belomonte nos pone ante la anatomía de un etnocidio. Y esto sucedió justamente porque los gobiernos del PT, aun con su preocupación por los derechos básicos y las reformas que mejoraron la vida de millones de brasileros, actuó como un administrador del capital, asumiendo los pactos burocráticos y políticos con sus seculares antagonistas de clase. El PT, y cabe señalarlo, nunca logró huir de los males estructurales del estado rentista, al servicio de un capitalismo periférico-dependiente marcado por su función extractivista primaria-exportadora en el sistema de acumulación global. Es decir, dependencia y rezagos coloniales fijando las rutas de la historia política-económica del país. El proyecto político del PT no fue transformador, fue amplificador del modelo de consumo, acentuó la mercantilización, es decir, la sujeción de la vida a los imperativos del capital. Con Bolsonaro, seguramente, las acciones extractivistas estarán exacervadas, llegarán a límites nunca antes vistos, de ahí su perversa declaración de campaña de que no va a “demarcar ni un centímetro más de tierras indígenas”. Ya lo advertía el líder indígena Ailton Krenak, “no hubo descubrimiento, es una invasión continuada, y el Estado ha sido y es el principal movilizador de esa invasión -todo el aparato del Estado con sus agencias”.

Basta echar un vistazo a las estadísticas para tener una idea, no ya de las amenazas, sino de los desastres irreversibles: Brasil es un país amazónico (49% de su territorio es Amazonia) -igual que Colombia, un país cuyo 42% de su territorio es amazónico-, y ha deforestado, hasta el 2010 más de 763.000 km² (área equivalente a 184 millones de campos de fútbol y tres estados de São Paulo). En consecuencia, como fue advertido recientemente por los profesores Thomas Lovejoy y Carlos Nobre en la editorial de la revista Science Advance (febrero de 2018), “el sistema amazónico está próximo a alcanzar su punto de inflexión”. Esto significa que el ecosistema amazónico, responsable de producir la mitad de sus lluvias, puede llegar a alterar su ciclo hidrológico si alcanza el 40% de deforestación. Las megas-sequías de 2005, 2010 y entre 2015 y 2016 constituyen los primeros indicios de la aproximación a tal punto de no retorno. Actualmente el área deforestada de la gran región amazónica alcanza cerca del 20%, realidad que se agrava con los factores degradantes de las corrientes de humo de las quemas de selva derribada para la actividad agropecuária en periodos secos y los cambios climáticos globales, combinación suficiente para que el “punto de inflexión” sea determinado en el 20-25% del área deforestada. La transformación de la Amazonia en desierto, por lo tanto, está próxima a convertirse en una realidad irreversible.

Estos procesos de degradación y exterminio ambiental van acompañados de la actuación de fuerzas armadas que ejercen violencia contra indígenas y defensores de derechos territoriales y ambientales. Así lo advierte Victoria Tauli-Corpuz, relatora especial de la ONU para los derechos de los pueblos indígenas en su último informe de septiembre de 2018. La relatora denuncia que, Brasil junto a Colombia, México y Filipinas, representan el 80% de las muertes globales a defensores de derechos indígenas. Indica que de los 312 defensores de derechos humanos asesinados en 2017, 67% eran indígenas que luchaban por defender sus territorios y derechos, casi siempre contra proyectos extractivistas del sector privado. El relatorio de Tauli-Corpuz insiste que Brasil y Colombia constituyen los países más peligrosos, más letales, para los defensores de derechos humanos e indígenas. A su vez como lo registra el Relatório sobre Violencia contra pueblos indígenas de Brasil realizado por el CIMI (Conselho Indígena Missionário), en 2017 fueron asesinados más de 110 indígenas (102 asesinatos fueron registrados en 2016). Esta atroz realidad está asociada a situaciones de inseguridad jurídica, desprotección estatal, a la acción de ejércitos privados y a la corrupción asociada con los contratos de construcción y emprendimientos agroindustriales, apoyados, como es lógico suponer, por la bancada ruralista en el congreso, agrobandoleros, los llaman, los mismos que auparon la candidatura de Bolsonaro.

¿Cómo el gobierno Bolsonaro afecta a los países andino-amazónicos y a la América Latina entera? El gobierno Bolsonaro en realidad constituye una amenaza global. La destrucción de la Amazonia y la amenaza sobre sus habitantes tendrá consecuencias fatídicas para todos los terrícolas. Demoler la selva puede traducirse en agresivas tragedias socioambientales, inundaciones, proliferación de enfermedades tropicales, desplazamientos, desertificación, sequía, pérdida de biodiversidad, intensificación extractivista y, seguramente, proliferación de intimidaciones y muertes a líderes y comunidades indígenas y campesinas enteras. Aparte de la llegada de estas tinieblas dramáticas, seguramente Bolsonaro será una pieza clave en la geopolítica desastibilizadora contra Venezuela, Bolivia y Cuba en alianza con Estados Unidos y el gobierno de Duque en Colombia. El nuevo ocupante del Palacio de Planalto en Brasilia es una de las pesadilla humanas hecha realidad.

Junto a la candidatura victoriosa de Bolsonaro también galopa un abierto proceso de deshumanización marcado por actuaciones diarias de fascismo social, como bien lo expone Boaventura de Souza Santos. Este fascismo no solo se manifiesta en las amenazas y asesinatos a indígenas, sino también en la brutalidad policial y el racismo contra jóvenes negros, en las agresiones machistas públicas y privadas, en los contratos de trabajo con salarios de hambre, en la negación a los derechos de las travestis de arrendar una casa por ejemplo, en el relato dominante que habla de los privilegios sociales como si fueran “méritos propios”, enmascarando las violencias sobre las que se erigen, entre muchos otros ejemplos cotidianos.

¿Cómo enfrentar entonces el gobierno Bolsonaro (y Duque y Trump…)? Sin zambullirnos en los debates sobre los laberintos de las rutas electorales, pensemos por un momento en la vida diaria, práctica, concreta, de la movilización social. Inicialmente, como lo señala el profesor argentino Horacio Machado Aráoz, no podemos olvidar que en América Latina disponemos de una potente inteligencia crítica acumulada por las luchas y las investigaciones sobre la naturaleza y dinámica de nuestras sociedades que podemos utilizar a nuestro favor. No somos novatos enfrentando a los reaccionarios. Aquí es crucial dar lo mejor de nosotros mismos en la defensa de los valores de justicia social y trato solidario. Ante el avance de las fuerzas deshumanizantes contraponer la actuación humanizadora, la protección mutua, el cuidado recíproco, el ejercicio de la autonomía y la creatividad. Actuando de esta forma se torna impostergable la defensa de las causas indígenas, campesinas y ambientales, la lucha por sus territorios y derechos constituye una disputa por modos de vida no depredadores, escenarios locales capaces de habitar el mundo escapando de los moldes productivistas, individualistas, antropocéntricos y estúpidamente mercantiles en el que las relaciones deben estar mediadas por el lucro. Recordemos que existe una historia de la Amazonia que se gesta y se promueve desde sus mismas entrañas, en el interior de la vida cultural de los pueblos que la habitan y le otorgan vida. La cuestión central, en medio de conflictos interminables y la explotación agobiante, es la lucha histórica de los pueblos amazónicos por disfrutar plenamente de sus derechos. Ese camino de lucha histórica se recorre manteniendo encendidas las luces de las prácticas culturales autónomas.

A su turno no vacilar y adherir a las expresiones organizadas de los feminismos comunitarios latinoamericanos, apoyando, en la acción conjunta, las economías populares y del cuidado, los ecologismos que establecen simetrías con otros seres vivientes con los que compartimos el planeta, cultivando socio-diversidad autónoma mediante el trabajo libre. Todos estos movimientos nos hablan de formas de vida alternativas dirigidas a la construcción de un horizonte post-extractivista, caminos de actuación de otros regímenes de relaciones. Cabe advertir que esto no supone una idealización exotista de la vida indígena y rural, visibilizar sus luchas y reconocer sus valores comunes asociados a sus modos de vida no supone perder de vista las contradicciones del mercantilismo y las presiones del capital en el interior de sus vidas. Quizás indígenas y campesinos, por la historia acumulada de adversidades y desafíos, sabrán lidiar mejor con la inseguridad, la incertidumbre y la confusión de las tormentas de humo que hoy se elevan. Es urgente entonces, invocando de nuevo a Ailton Krenak potenciar la experiencia de vivir juntos, actuar como sujeto colectivo transformador y plural.

 

*Antropólogo y narrador. Investiga las consecuencias del conflicto armado y las economías extractivas entre los pueblos indígenas amazónicos del medio río Caquetá. Actualmente vinculado como investigador en el departamento de antropología de la UNICAMP en Brasil

 

 

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