Dos años después, junto a los delegados de la Comisión de la Verdad, el Padre Francisco de Roux habría de recordar aquella tarde remota en que Colombia vivió el éxodo de los guerrilleros de las FARC hacia las Zonas Veredales de Normalización. Entonces Colombia era un país dividido entre barro y “cañas bravas”, a orillas de un lecho político que se precipitaba contra el proceso de paz con piedras pulidas, como “huevos” prehistóricos. El proceso era tan reciente, que muchos compromisos no tenían nombre, y para colmo de males, todo el proceso era señalado con el dedo.
Una reseña al libro: La Audacia de la Paz Imperfecta. Francisco de Roux (2018).
Pablo Iván Galvis Díaz
Macondiano es el relato que ofrece Francisco de Roux en su texto, asertivamente titulado “La audacia de la paz imperfecta”, donde nos presenta con pelos y señales sus reflexiones personales en torno a los acontecimientos de la firma del acuerdo de paz con las FARC y su primer año de implementación (pg. 29). Un relato crudo y mágico de nuestra realidad actual como pueblo, donde una búsqueda tan crucial como la paz, tema que gran parte del mundo celebra después de cincuenta años de muertes y desangre nacional, al interior de Colombia genera divisiones, actos contrarios o contradictorios, apatías o indiferencias, o en el caso del autor del libro y de otros muchos anónimos, una apuesta por el riesgo de la acción y el diálogo en medio del crisol de las oposiciones y las intenciones contrapuestas (pg. 12).
En el primer capítulo, “Parar la guerra y construir la paz”, De Roux hace una crítica profunda a nuestra sociedad, a nuestra generación y a nuestros valores como pueblo, moviendo los cimientos de nuestra identidad, haciéndonos conscientes de nuestra incapacidad para construir juntos un proyecto de nación, y develando la habilidad para hacernos daño y destruirnos. Una dura reflexión, que hace estremecer las fibras más profundas de nuestros pensamientos y creencias comunes, al tiempo que nos pone un polo a tierra, el de percibir que nuestro problema de fondo es la dificultad de aceptarnos como seres humanos iguales (pg. 35).
Dentro del recuento que hace el jesuita de los cinco años de diálogos que dieron como fruto el acuerdo de paz, pone el ojo en lo mas significativo de este encuentro entre la institucionalidad de un gobierno y la rebelde fuerza insurgente: la importancia de poner en el centro del diálogo a las víctimas, sus voces, reclamos y reivindicaciones. La esencia y fin de la paz como un asunto plenamente humano y deber de toda la sociedad colombiana. La búsqueda de la verdad, como principio de la reparación y base de la no repetición. La presencia internacional de la ONU, que junto a los líderes en territorios serán los garantes del proceso. La deconstrucción de un ejército preparado para la guerra, en uno constructor de la convivencia pacífica. Y una guerrillerada que comprenda que lo revolucionario del momento es la unión para conseguir una salida democrática a sus perspectivas de nación (pg. 39).
En el segundo capítulo, dedicado a la dejación de las armas -tema además controversial por el sinnúmero de mitos que trae consigo la desconfianza y la incredulidad de una nación frente a una guerrilla que ha mudado de ideales superiores y justos, a prácticas inhumanas e ilícitas- Francisco hace una apología del simbolismo de dicha entrega, describiendo con total afecto y maravilla, las imágenes de los contenedores de la ONU cerrando cincuenta años de sangre en los territorios nacionales. Pasa de la sublimidad de la entrega de armas hecha por las FARC -entre mariposas amarillas- a la denuncia y crítica al proceso de entrega de armas de los paramilitares durante el proceso de paz en el gobierno de Álvaro Uribe. Y repite una idea central en todo el texto: la alegría y regocijo del mundo por lo que acontece en Colombia, en contradicción al sentimiento de desconfianza y crítica que crece al interior del país.
El capítulo titulado “El deber moral de la Paz”, es todo un tratado sobre el sentido de la existencia del ser humano, y en esta experiencia de existir, la búsqueda de la paz es la búsqueda de la recuperación de la dignidad que tenemos como seres humanos, nos explica el autor del texto. Se escribe un clamor a toda la sociedad colombiana, para que asumamos como pueblo el valor absoluto e innegociable del ser humano, que exige respeto total (pg.82). Proceso humanizante que precisa del nacimiento de nuevos liderazgos, con características propias, como: La decisión de parar la guerra; el llegar hasta el dolor de las víctimas; reconocer la dignidad de todas las personas; ponerse por encima de las ideologías; no temerle a nada; ver debajo de las apariencias y desenmascarar las codicias; tener la capacidad de generar confianza y unirnos en propósitos más allá (pg. 91). Un reto a nuestra cultura del individualismo y la destrucción, que nos pone en la ardua tarea de consolidar la cultura del encuentro incluyente en las diferencias (pg. 95).
Más allá del miedo, es el capítulo que desarrolla toda la maraña en la que se vio envuelto el proceso de paz, desde sus comienzos hasta el inicio de la implementación. El sacerdote describe los temores, los miedos, las desconfianzas, la incertidumbre y el pesimismo, realidades permanentes del proceso de paz. Narra sin tapujos las mentiras que fundamentaron la campaña de desprestigio contra el proceso: el fantasma del castro chavismo, la tergiversación de la ideología de género, la sombra del narcoterrorismo o el ocultamiento de armas. Junto a esta campaña, la invisibilización de hechos reales de la paz: la reducción de muertos, la ausencia de secuestros, el levantamiento de minas, la desaparición de las masacres por parte de las FARC, la dejación de armas, y los niveles de seguridad territorial. Francisco nos narra cómo nada pudo contra los estrategas del temor (pg. 107), pero de manera profética, nos da un itinerario de reacción frente al miedo y la mentira: insistir en el diálogo y en los argumentos que hacen valer la salida negociada del conflicto; generar actos de confianza en el que respetemos en los otros la intención de buscar el bien de Colombia y el diálogo incluyendo los excombatientes de FARC. Todo un itinerario a desarrollar a través de la única acción que posibilita un verdadero diálogo: El encuentro -incluyendo el encuentro entre opuestos- (pg. 121).
Por último, en el “Desarrollo de la esperanza”, se lanza al viento una propuesta económica que pueda sostener toda una ideología de país diferente a la vivida en los tiempos de la guerra. Propone el autor una economía incluyente, territorial, con dignidad igualitaria, sin exclusiones ni corrupciones. Mas allá de las divisiones geopolíticas de los departamentos -propuesta que recuerda la hecha por Fals Borda- con la participación de sujetos regionales. Igualmente promueve una defensa de los bienes de la paz, para que éstos sean enfocados en proyectos sostenibles, que hagan viable la reconciliación de las víctimas con las comunidades, para generar confianza colectiva y tranquilidad. Recalca que debe ser una economía solidaria que abone el complejo camino de incorporación de los excombatientes y que facilite la ejecución y la interpretación local del acuerdo de paz. No se deja de lado titulación de predios campesinos y enfatiza dos grandes ideas del desarrollo sostenible: La adecuada educación de civiles y excombatientes -dura tarea dentro de un sistema educativo excluyente- y la protección del medio ambiente -realidad lejana, por los índices de deforestación que vive el país-.
Audazmente Francisco de Roux cierra el texto con algunas preguntas que deja sobre la mesa: ¿Hubo conflicto armado?, ¿Y la JEP?, ¿El lugar de la verdad?, ¿Tenemos razones para la esperanza?, ¿Qué resta? Preguntas que tienen una misma línea de respuesta: La paz es un compromiso de todos, y se desarrolla en el tiempo venidero. Resalta el papel protagónico de la comisión que él preside, la de la Verdad, definiéndola como una comisión cuyo fin primordial es producir la reconciliación entre los colombianos, y en contra de las mentiras. Y nos lanza una verdad desde sus mas altas creencias religiosas: que “el perdón, la reconciliación y el encuentro de todos los colombianos con la tarea de la paz, son una tarea que debemos realizar juntos” (pg. 201)
Al cerrar el texto, quedan varias convicciones, de las cuales una palpita con mas fuerza en el corazón: No dejemos que este proceso de paz – fruto del diálogo, del esfuerzo de la historia y del coraje de muchas personas- sea llevado como el último de los Buendía, sobre hormigas, que lo devorarán sin dejar rastro suyo sobre la tierra. Entendamos en esta altura de nuestra historia, que la paz, aunque con cola de marrano, imperfecta, es audaz en el hecho de querer dar fin a duras confrontaciones entre compatriotas que pelean por la construcción de un mismo país. Y que, nuestra generación, “antes de llegar al verso final de su capítulo en esta historia, pueda comprender, que el país de los espejismos, puede ser arrasado por el viento del odio, y desterrado de la memoria de los hombres si no desciframos los pergaminos de la historia en su referencia a la construcción de la paz. Y, que todo lo escrito en la guerra es irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cincuenta años de violencia, deben tener una segunda oportunidad sobre la tierra”.
*Bibliotecario de La Paz, Biblioteca Pública Móvil de las Morras (2017). Sociólogo y Magister en Antropología. Autor de los libros: Narrativas de vida dolor y utopías (2014), Dios lo manda y el diablo lo susurra (2016), Capítulo del libro, Etnografías contemporáneas III (2017).