El mercado de la coca está caído desde hace meses y, como todo lo que ocurre en el sur de Colombia, termina siendo noticia solo cuando los medios del centro lo sacan en sus narrativas, tiempos y lógicas. Sea noticia o no lo sea, en vastas regiones de la Amazonia como el Putumayo, que depende mayoritariamente de las rentas que deja el cultivo de la coca, la gente aguarda a que lleguen los compradores. Pero, ¿qué dicen los que viven en esas regiones afectadas? Este artículo es sobre lo que piensan y padecen los pobladores con la caída de ese mercado.
Oscar Neira*
Una señora que trabaja de cocinera en una embarcación que viaja o baja hasta Leticia (Amazonas) por el río Putumayo, dijo que aunque ella anda el departamento solo por el río y no entra a las fincas, en el último año sí ha podido notar que la plata está escasa y que el trabajo de los pobladores parece ser otro. Según su testimonio espontáneo en una residencia de Puerto Asís, al menos en el último año, los habitantes de las riberas del Putumayo no se notaban trabajando regularmente en la venta de otras cosas que no fueran exclusivamente la base de coca.
“Mire, eso se nota en que las muchachas de la vida -se refiere a las trabajadoras sexuales- uno no las ve tanto ahora y en que también la gente ha puesto tienditas por toda las orillas. A uno le venden gaseosas, trago, comida de esa rápida también y pescado”, dijo.
Un hombre de unos 40 años, en tránsito hacia el sur del Huila donde compró una finca para trabajar, contó que estaba “yendo y viniendo” a monitorear la tierra que dejó en el medio Putumayo “mientras se arregla la vaina”. Él tenía un dinero ahorrado que le alcanzó para comprar dos hectáreas de tierra que le valieron al menos 200 millones de pesos.
“Yo acá en el Putumayo tengo como 30 hectáreas y eso me dio para comprar dos en el Huila”, expresó. En el Huila él cultiva café, yuca, frutas y vegetales.
“Esa tierra ahí da de todo en un pedacito. Pero yo sí le digo que no se compara en cuanto a la plata. En el Putumayo se gana más”, sentenció.
Fotografía: Estefanía Ciro (Imágenes de Archivo)
Otro hombre que conoce al de las dos hectáreas, lo escuchaba atentamente. Va para el Caquetá donde compró dos casas con los ahorros de las bonanzas. Había dicho antes de comenzar a conversar sobre la coca que el Caquetá le gustaba porque era una mezcla entre el Putumayo y el Huila.
“Pero, ¿y la tranquilidad compa?”, le preguntó al amigo de la tierra en el Huila.
“Ah, eso sí. Pero tampoco crea. Nosotros en el Putumayo vivíamos bien, con los vecinos, trabajando, nadie se mete con nadie. La cagaron fue con esa pelea entre el ‘carolina’ y los ‘comandos’”, respondió.
“Eso es cierto, a mí me tocó salir porque uno ya no sabía a quién hacerle caso con la venta. Por eso la guardé. Y además mataron a once vecinos. Para donde yo estuve, que es el Yurilla, el carolina se puso muy pesado. Y yo preferí mejor salirme”, añadió el otro.
Los cálculos alegres de la gente en el Putumayo hablan del represamiento de más de 20 toneladas por zona en franca producción. Esto quiere decir que, si se suma la producción de todas las zonas amazónicas, nada más en el Putumayo podría haber en existencia hasta 60 toneladas de base de coca esperando compradores, sin contar la coca del Caquetá o la que se comercializa a través de ese departamento. Esto es importante porque en la producción coquera amazónica hay mercado nacional que sale por Nariño, Baja Bota caucana, Huila y Caquetá con todos sus vericuetos fluviales. También está el internacional que sale por Ecuador, Perú y Brasil. Pero nadie sabe, a ciencia cierta, las razones por las cuales casi nadie está comprando la base de coca.
Fotografía: Estefanía Ciro (Imágenes de Archivo)
En una pequeña finca de los límites entre el Caquetá y el Putumayo, un campesino que no ha pensado “para dónde coger” mientras vende los 20 kilos de base de coca que tiene guardados, culpó de la crisis al presidente Petro.
“El presidente hp dijo que no tenía necesidad de pelear con los campesinos por la coca. Hablando como un loro mojado prometiendo que íbamos a tener proyectos pero por acá no hay nada”, expresó.
“Y ahora ese agarre entre los de la carolina con los comandos también nos tiene jodidos que uno no sabe a quién hacerle caso”, agregó.
Este campesino hace parte de la zona de producción cocalera que comparte dinámicas territoriales muy fluidas entre el Putumayo y el Caquetá, ubicada a lo largo de la ribera del río Caquetá, en los municipios de Curillo, Solita, Solano, Puerto Guzmán y Puerto Leguízamo. Esta zona se conecta entre sí por centenares de ríos y caños como venas en medio de la selva espesa y de fincas cocaleras remotas.
Varios campesinos de esta zona específica han manifestado off the record que esa guerra entre los dos grupos que se disputan el territorio desde la salida del bloque sur de las extintas FARC solo ha traído a la región desplazamiento y muertes. Quienes se han quedado no sólo han tenido que soportar los fuegos cruzados sino también las permanentes transiciones que trae los ciclos de la guerra que en esos territorios se libra: la transición de quienes se desplazan, venden o abandonan sus fincas, amplían la frontera más hacia adentro en el Putumayo (hacia la zona de La Paya) mientras todo va quedando en un constante comienzo. Se trata de una ruptura poco documentada y que se queda en la experiencia narrada de los pobladores.
En otra finca ubicada pero en las riberas del río Putumayo, un campesino cocalero con más estabilidad en el sentido de que no ha tenido que padecer de forma constante los rigores de la confrontación armada entre el frente Carolina Ramírez y los Comandos Bolivarianos de la Frontera, ha dicho que el problema con la falta de compradores tiene que ver con que no hay seguridad para sacar la mercancía con la ayuda de las autoridades.
“Mientras no se ceben los nuevos (se refiere a los comandantes de la fuerza pública) que llegaron nadie se arriesga. A mí que me la compren a buen precio eso sí porque yo no la voy a regalar para pagarles el miedo”, dijo.
Los grupos armados que se disputan la zona y que viven del impuesto que cobran a los compradores de la base de coca, entre tanto han negado su participación directa como compradores o vendedores en el mercado local.
En diálogo con integrantes de los comandos de la frontera, ellos han manifestado que la crisis por la que atraviesa el mercado de la coca, obedece “a las dinámicas del mercado global, con nuevos tipos de consumo, sumado a la misma crisis del capitalismo y también a lo que está pasando con los grupos narcoparamilitares de la costa que son los mayores compradores”.
Pero la crisis con el mercado de la coca no solo está afectando a los campesinos sino también a los que son conocidos como los traquetos. En ciudades como Pitalito, Florencia y Neiva, se habla de que ofrecen muy buena paga a quien logre pasar “mercancía” tanto por las cordilleras entre Florencia y Suaza y Mocoa y Pitalito.
“Plata hay pero toda está esperando a ver qué es lo que va a pasar más adelante porque ahora nadie se arriesga porque no hay seguridad de nada”, dijo un traqueto que se dedica a comprar base de coca en las zonas rurales del Caquetá.
La crisis actual en el mercado de la coca, sea permanente o pasajera, ha planteado la necesidad de que las regiones amazónicas hagan una verdadera transición hacia economías sostenibles. Mientras el gobierno no precise los alcances de su política para los campesinos cocaleros, se corre el riesgo de caer en comprensiones facilistas de una realidad que a la final está afectando a los campesinos, quienes siempre han estado en medio de unas dinámicas muy conflictivas tanto en lo social como en lo económico. Están en riesgo las vidas, las familias, de los campesinos cocaleros, cuyas vidas en el presente y en el futuro dependen de la estabilidad social y económica de este país tan prometedor pero poco cumplidor.