Madby Lorena Cabrera Quintero, equipo Jean Piaget
Era consciente de que el trabajo como censista en el censo socioeconómico de las FARC-EP no se podía divulgar, ni contar detalle alguno sobre él. Durante la capacitación, firmé, igual que las demás personas, un acuerdo de confidencialidad. Eso era irrelevante para mí, pues presentía que iba a tener la mejor experiencia de mi vida: conocer algunos sueños, conocimientos y miedos de personas tan estigmatizadas en el país como los y las combatientes de esta organización y esos recuerdos se mantendrían para siempre grabados en mi mente.
Es difícil guardar en la memoria los rostros de todas las personas que pasaron frente a mí y que sin ninguna objeción, más bien con la esperanza de vivir en un país en paz, respondieron una a una las decenas de preguntas del cuestionario. Pero cómo olvidar a aquel que le pregunté por su grado de escolaridad y sonriendo respondió que su única escuela habían sido las FARC, que nunca había pisado un escuela oficial. Expresó que en la organización había aprendido a leer y a escribir y también aritmética, política, mecánica, agricultura y todo lo que hiciese falta sobre la marcha para poder sobrevivir.
Ese inolvidable personaje me contó además que, como todos los guerrilleros, sin distingo de sexo o rango, sabía cocinar, cosa que pude corroborar día a día al disfrutar de la exquisita comida tradicional del campo que se esmeraban por preparar hombres y mujeres. Tal vez la amabilidad de aquella gente se convertía en un ingrediente más para que pudiera deleitarme con aquellos momentos en la recep- ción, lo que hizo que mi mente se volviera un mar de contradicciones: imaginaba a aquellos guerrilleros que me recordaban a mi familia de origen campesino, con esa nobleza que los caracteriza, resistiendo en una guerra que, por única opción o por ideales, les había tocado vivir.
Desde ese momento, supe que estaba conociendo las epistemologías del sur de las que habla el maestro Boaventura de Sousa Santos y que se refieren a lo que estos excombatientes decían:
— Puede que nosotros no conozcamos de terminología, que no tengamos un cartón que nos certifique; puede que simplemente digamos ‘está tripiado’, pero sabemos salvar vidas, como lo haría cualquier médico graduado.
Eso para el caso de los que se dedicaron a la medicina, porque también conocí personas con experiencia en algunas tecnologías y en periodismo, cuestión que parece casi imposible por el contexto; esas destrezas las fueron adquiriendo en mingas de aprendizaje, en la interacción con la gente de la región donde se encontraban ubicados.
Así fui pasando mis días, interesándome y conociendo cada día más sobre la educación recibida dentro de las FARC, casi inalcanzable para personas de un país cuyo gobierno invierte más en guerra que en el conocimiento y donde existe el analfabetismo.
En el censo, las preguntas precisas se convirtieron en amenas conversaciones y en ese ejercicio pude entender que los años vividos en el grupo guerrillero se utilizaron no únicamente para la formación militar: dentro de las posibilidades que daba la guerra, las y los guerrilleros se interesaron en adquirir conocimientos de libros, pero sobre todo, de ellos mismos. Aquel grupo heterogéneo que integra esta guerrilla fue capaz de crear una verdadera comunidad de formación, con ayuda mutua, solidaridad, cooperativismo. Fueron creciendo y transmitiendo sus saberes tal como lo soñaría cualquier pedagogo. Eso permitió una educación contextualizada en la que la práctica y la teoría se conjugan, convirtiéndose en un aprendizaje significativo.
En sus sueños está pasar de la lucha política armada, a la política sin armas. Cada persona, de una u otra forma, quiere aportar a la construcción y reconstrucción del país dentro de sus posibilidades, circunscritas especialmente en las labores y destrezas del campo colombiano, por ser una guerrilla sobre todo de origen campesino.