Libardo Epia. Poeta caqueteño.
Su ligero cuerpo, frágil vida tierna,
hace aún más grande la cajita bajo el brazo;
sus manos niñas, ignorantes de juguetes,
ya son dos maestras del cepillo y la bayeta;
una leve sonrisa, mezcla de temor y anhelo,
precede a la oferta para quien le mira:
¿Le lustro…señor?
Así va recorriendo calles y mercados
bajo el sol que abrasa o con la lluvia a cuestas,
con la cara sucia, su estómago vacío,
la sonrisa limpia y su inocencia cercenada.
Le sorprende la noche, junto a su fatiga,
lejos de casa y cerca del peligro;
cuando regresa de su jornada,
va pisando el polvo de la calle
o salpicando charcos, dejando la huella
de unos pies descalzos, sobre la inmundicia
que le acorta, su ya corta vida.
La misma inmundicia que pisarán los zapatos
que hoy en la mañana recobraron brillo,
por cinco monedas que algún engreído
le dio al pequeñito, que agitadamente
le siguió sus pasos para preguntarle:
¿Le lustro…señor?
Llega un nuevo día y se oyen angustiantes gritos
que se vuelven llanto al salir de un tugurio;
son de una figura que el sol ilumina,
mientras se va confundiendo por la avenida
con otras iguales, niños de su misma edad;
se parece a ellos por su candidez,
pero se distingue de entre todo el grupo.
Porque su camino no conduce hacia la escuela,
porque su uniforme solo son harapos,
porque su morral está hecho de madera,
porque sus crayones son pasta para engrasar zapatos,
porque sus tareas a nadie le importan,
porque la lonchera, junto a su recreo,
fue arrancada un día de su diccionario.
Es él, acucioso alumno en la escuela de la vida,
que dice al maestro, cuando está en la calle,
como pretendiendo ser calificado:
¿Le lustro…señor?
Por ser un estorbo, según se le dijo,
fue sacado a fuerza de galante fiesta;
no pensó que fuera una actitud “grosera”
el pretender desempeñar su oficio.
Así lo explicaba el asustado niño
a ese policía que le tomó del brazo
para retirarlo de toda la gente
que sintió repudio,
pues quizá su alcurnia podría ser manchada,
por ese pequeño que entró de repente
y con voz quedita solamente dijo
al dueño de casa, muy humildemente:
¿Le lustro…señor?
Un día recogieron, tras de mucha espera,
a un pequeño niño que yacía en la calle;
su hálito de vida solo se advertía
si se le acercaba el oído a su cara,
– pero el mundo no tiene tiempo
ni escrúpulos para tanto –
así que lo entraron al primer sanatorio
en donde ángeles anónimos,
vestidos de blanco,
le regresaron a la vida.
Empero, no pudieron contactar
visita para el convaleciente,
pues saben muy poco de esta personita,
de quien, durante el sueño,
de su balbucir solo se entendía:
¿Le lustro señor?
Ya recuperado regresó a su oficio
pero fugazmente pues, según se supo,
sobrevinieron meses sin que se le viera
mientras alguien lo buscaba desesperadamente,
porque todas las noches sufría pesadillas,
en donde se veía tejiendo lazos de maltrato,
con los que azotaba a un cuerpito indefenso,
que en débil respuesta tomaba su mano
y tras de sentarle muy cómodamente,
le decía una frase que calaba el alma:
¿Le lustro señor?
Aunque regresó y se mostraba igual de acucioso,
su cándida sonrisa se fue apagando lentamente;
dicen que una noche se quedó dormido
en la fría banca de un pequeño parque,
mientras que la gente huía de la lluvia;
su sueño profundo lo llevó a encontrarse
con una persona de actitud afable,
y por eso el niño, al verlo acercarse,
le dijo animado y sin temor alguno:
¿Le lustro señor?
Aquel hombre bueno lo cargó en sus brazos
y le habló al oído, con palabras dulces:
“No hijo, no me servirás a mí;
soy yo quien viene a servirte,
lavaré tus pies, curaré tus heridas
y te llevaré conmigo, para que dejes de ser
el triste lastimero que eres hasta hoy…”
Ahora solo quedan curiosos recuerdos…
quienes le infamaron con henchido ego,
quienes le explotaron de forma cobarde,
quienes le ignoraron con cruel egoísmo,
quienes le zahirieron con su ciega ira
y quienes le vieron compasivamente…
al cruzar la calle o al llegar al parque,
dicen que han oído, muy de vez en cuando,
una campanita que va repitiendo,
casi imperceptible, con voz de ángel tierno:
¿Le lustro…señor? SOLOSE.