Un corpulento hombre de color golpea los restos de una columna que reposa en el piso, un niño se pasea entre los escombros de lo que quizá fue su morada y otro hombre carga a sus espaldas unas tablas queriendo recuperar algo de lo que la avalancha no se llevó, yo apunto mi cámara y registro cada detalle, la tragedia se volvió mi punto de enfoque para mostrarle al mundo a través de imágenes una perspectiva más detallada de lo sucedido.
Después del terrible suceso del treinta y uno de marzo en Mocoa Putumayo, me puse en la tarea de crear las memorias visuales para guardarlas en la historia. Todo empezó al día siguiente después de aquella noche, cuando muy de mañana tomé mi cámara y empecé a registrar escenas que marcaron mi vida en un antes y un después.
Han pasado cuatro meses y en este tiempo he caminado por varias ocasiones el sendero desértico lleno de escombros y de rocas de gran tamaño que dejó la avalancha, me he encontrado con cimientos, ruinas y rastros de moradas que un día fueron el hogar de muchos niños, jóvenes y familias completas que por cuestiones del destino se fueron sin su consentimiento, “una manera muy trágica de morir” dice mi amiga Mari, quién me acompañó en uno de los recorridos por los barrios arrasados.
Como fotógrafo tengo la misión de registrar todo lo que pueda convertirse en evidencia y en archivo para la historia con el propósito de evitar futuras pérdidas humanas, esto se vuelve un reto para mí porque las personas entramos en un ciclo repetitivo de sucesos cuando olvidamos o ignoramos hechos trascendentales de nuestra vida, la frase que reza: “Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla”, es una radiografía de lo que sucede en Colombia todos los días, esto me anima a aportar con un grano de arena para cambiar ese paradigma.
Hoy como muchos otros días decidí entrar en las ruinas que quedaron en pie, me desplazo entre habitaciones donde seguramente quedaron enterrados muchos sueños y esperanzas, en medio del olor pestilente aún se puede percibir el miedo que debieron sentir los niños, las mujeres y los ancianos que no pudieron correr o favorecerse como seguramente lo hicieron muchos de los que se salvaron, las paredes que quedaron en pie cuentan historias, parecen retumbar los gritos desesperados de auxilio, como los que quedaron grabados en diferentes escenas aquella noche, veo camas entre escombros, colchones, mucha ropa esparcida entre el lodo que en poco tiempo se volvió tierra dura por donde afloran malezas, hierbas, incluso flores, Es increíble que en apenas cuatro meses la naturaleza empiece a recobrar lo que en algún tiempo pasado fue de su propiedad. Veo muñecas, peluches, autos de juguete que se quedaron enterrados o simplemente yacen debajo de paredes que se vinieron abajo producto del golpe despiadado de grandes rocas o enormes trozos de madera que el agua arrastró desde lo alto de la montaña.
Hay zapatos de diferentes colores y tamaños desde los más grandes hasta los más pequeños, me pregunto si sus dueños viven o siguen desaparecidos, estarán muertos o simplemente los desaparecieron después de rescatarlos como muchos casos de niños reportados por sus padres que aún guardan la esperanza de encontrarlos con vida.
Tan solo recordar a muchos amigos que se fueron me arranca lágrimas y me corta la voz, tan solo de imaginarme a muchos hijos sin sus padres o madres sin sus hijos, me produce desasosiego, sé que el tiempo sana heridas pero olvidar lo que pasó será muy difícil.
A don Fabio siempre me lo encuentro en mis recorridos, él es un héroe para mí, en su casa de dos pisos que aún estaba terminando de construir se salvaron muchas personas, no solo porque les abrió la puerta para que entraran sino porque amarró una cuerda y la lanzaba entre la oscura y lluviosa noche cada vez que veía a alguien luchando entre el lodo y el agua, así rescató a muchas personas.
Doña Rosita, una mujer de contextura delgada y baja de estatura, pero grande de corazón y de valentía, logró salvar más de cien personas en el segundo piso de su casa, es otra de las sobrevivientes que siempre encuentro; “Yo vengo todos los días, aquí cocinamos comemos y en la noche me voy a dormir donde mi hija” dice ella con un gesto de sonrisa, su sentido del humor y su optimismo ante la vida es admirable. Ella me contó una historia que me dejó sin aliento y con los pelos de punta, dice que varias personas han visto a una niña saltar y jugar entre las rocas en horas de la noche y que cuando se acercan para ver de quién se trata ella simplemente desaparece entre las ruinas, relatos curiosos de los muchos que quizá sigan apareciendo y queden entre mitos y leyendas para las nuevas generaciones.
Yo sigo mi recorrido y en medio de escombros voy registrando con mi lente lo más relevante que encuentro, cada detalle es válido, cada cosa cuenta una historia. Una sala permanece en su lugar los muebles están en su sitio, el lodo no alcanzó a cubrirlos por completo, parecen congelados en el tiempo, más adelante una cama que al parecer no tenía mucho uso, pero yace entre matorrales que la naturaleza dio vida en pocos días “esa imagen esta como para portada de un libro” dice mi amiga Rosa Guerrero, quién me acompañó en ese recorrido, yo hago un registro de diferentes ángulos de aquella escena que solo puede ser producto de un hecho natural sin precedentes, jamás lo veré en otro lado si la historia no se repite y Dios no lo permita.
Sigo caminando, a veces con el sol en mis espaldas, a veces con el frio inclemente del mes de julio y a medida que avanzo encuentro más cosas curiosas como un enorme árbol en la mitad de la sala de una casa, o un inodoro que la naturaleza usó como matero para aflorar nuevamente sus plantas, veo un pasillo invadido por rocas de diferentes tamaños. Dios mío veo muchas cosas, que en mi vida pensé observar y menos fotografiar.
El camino es largo y hay mucho por registrar, me encuentro con una de muchas muñecas, solo que esta quedó entre la arena como si estuviera dando un enorme salto, parece que corriendo por su vida, le falta su cabeza y conserva su vestido de color rosa, hay otra que reposa entre el lodo agrietado como una escena de una película de terror, tiene vestido y su mano cubre uno de sus ojos, una Barbie debajo de escombros y otra que simplemente se pierde entre el agua estancada y el musgo verde que cubre todo a su paso.
Un señor me observa desde un segundo piso, nos miramos fijamente a los ojos, como preguntándonos la razón por la que nos encontramos en ese lugar, al parecer su casa es de las pocas que quedaron en pie, al acercarme veo que del primer piso solo quedaron las columnas, no obstante el insiste en vivir ahí, eso fue lo que me dijo después de preguntarle que se siente pasar la noche donde muchos quedaron sepultados, su casa se encuentra en medio de un mar de rocas, no me alcanzo a imaginar el silencio y el frio fúnebre en las noches, yo tomo mi foto y sigo mi recorrido.
Más adelante me encuentro con una biblia abierta donde el profeta Daniel predice la llegada del Mesías, un libro con otra profecía sobre el final del planeta, un cuaderno en una roca con un mensaje que dice: “Encuentro con Dios” y un libro que asegura que mañana será otro día, hay mensajes pegados en paredes, otros en el piso con escritos que solo pretendían volverse metas alcanzadas.Más adelante una puerta que alguien no alcanzó a cerrar porque un mar de rocas irrumpio sin permiso, un televisor donde quizá se vieron muchas novelas, programas de entretenimiento o noticias que informaban desastres y hechos lamentables como el que estoy registrando, en el piso una bolsa de harina que nadie alcanzó a consumir, en su etiqueta se puede observar un letrero que dice “Arepas de la abuela”.
A alguien le gustaba la música lo sé por esa guitarra que reposa en el piso entre rocas y arena, sus cuerdas se desprendieron al igual que su empuñadura, nunca más volverá a emitir melodías, un gato solitario se pasea por las calles sucias y solitarias del barrio San Miguel, mi amiga Rosa Guerrero promete llevarle alimento, sé que lo hará, ama tanto a los animales como a las personas, es una gran mujer, su entrega y dedicación con estos seres no tiene comparación.
Un cuadro del sagrado corazón de Jesús y la Virgen María que la lluvia torrencial de la temporada le ha ido quitando de a poco su color, una chequera del banco que ya no se cobrará y un colchón al que le salieron hongos por la humedad, cuánta destrucción, cuantas historias tristes que se recordarán de generación en generación.
Yo voy terminando mi recorrido y con él esta crónica que ilustra con palabras e imágenes lo que no tiene explicación en la mente humana, muchos estudios científicos aseguran que una nueva avalancha puede suceder, los místicos y sabios espirituales dicen que la montaña guarda sus secretos, lo único cierto es que quedó demostrado lo insignificantes que somos ante la naturaleza y que mientras estemos vivos estaremos a merced de ella.
“Un sobreviviente de esa oscura noche dice que lo único que nos queda en la vida es amar, compartir y dedicarles tiempo a los seres más cercanos, lo material es efímero, vano y se apolilla”.
*Leonel Morales vive en Mocoa, Putumayo, se dedica a la fotografía, profesión que descubrió hace un poco más de seis años. Actualmente se dedica hacer reportajes sociales con su cámara, escribe crónicas y en sus ratos libres se dedica a pintar en óleo sus propias composiciones fotográficas. Puedes conocer más de su trabajo en su blog de escritura y de reportajes de la tragedia de Mocoa en imágenes.