Los ríos tienen memoria: La (im)posibilidad de las inundaciones e historias de (de) y (re) construcción urbana en el piedemonte amazónico

¿Cómo la memoria de los ríos podría informar no solamente la reconstrucción de una ciudad sino también nuevas conceptualizaciones de la restitución en un contexto de posdesastre? ¿Qué cambiaría en los ejercicios de planeación posdesastre si se atendiera a las pérdidas humanas y de infraestructura como integralmente implicadas con las pérdidas de las cuencas de los ríos?

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Kristina M. Lyons

En una entrevista un día después de que una avenida torrencial y flujo de detritos se precipitó sobre el piedemonte andino-amazónico, Luz Marina Mantilla, directora del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (SINCHI), dijo a una reportera que, en su opinión, los ríos amazónicos no se desbordan.  En este sentido, lo que en Mocoa popularmente se sigue llamando una avalancha fue, en realidad, la poderosa manifestación de un río – o, en este caso, dos ríos y dos quebradas – expresando una forma particular de memoria.  “No se nos puede olvidar que las aguas tienen memoria,” comentó la directora cuando la periodista le preguntó por la ubicación de la ciudad de Mocoa ante la sorpresa de encontrarla sobre el corredor natural de un río tan caudaloso, y en la confluencia de los ríos torrenciales de montaña. La reportera preguntó por una clarificación sobre cómo la “memoria” de dos ríos, el Sangoyaco y el Mulato, y dos quebradas, la Taruca y Taruquita, terminaron afectando diecisiete barrios de la ciudad de Mocoa, capital del departamento del Putumayo la noche anterior.

 

Barrios de Mocoa destrozados después de la avenida torrencial. Foto libre acceso.

Cuando me acosté la noche del 31 de marzo de 2017, mis amigos en Mocoa estaban montando en Facebook imágenes de la lluvia cayendo en cascada por los andenes y las calles de la ciudad. Era casi posible escuchar el clamor pulsante de las quebradas. He vivido en Mocoa de forma intermitente desde el 2008, y más que un sitio de trabajo de campo donde he acompañando varios procesos populares y agroambientales, la ciudad se ha vuelto un hogar para mí. Los aguaceros no son inusuales en esta región. Mocoa está situada en uno de los lugares con más precipitación anual en la Amazonia debido a un fenómeno que los meteorólogos llaman el efecto Foehn.[1]

Cruzando el río Caquetá donde se puede observar el efecto Foehn. Foto de Carlos Andrés Becerra

El efecto se produce cuando el aire caliente que circula desde la planicie amazónica se acerca a las laderas de la cadena montañosa del piedemonte andino. Cuando el aire es forzado sobre este terreno elevado se expande y enfría debido a la reducción de la presión atmosférica combinada con la altura.  Dado que el aire frio retiene menos vapor, la humedad se condensa para formar espectaculares nubes y causar así una profusa precipitación sobre las laderas. Conforme pasa el tiempo, las frecuentes lluvias erosionan la roca de las laderas contribuyendo a la producción de suelos geológicamente inestables debido inicialmente a las fracturas causadas por las fuerzas tectónicas; situación que se agrava con la deforestación y la compactación causada por la ganadería. Según el Servicio Geológico Colombiano, el mes de marzo registró ya un nivel histórico de lluvia cuando 130 milímetros cayeron por un corto periodo de tres horas la noche del 31 de marzo. El aguacero provocó grandes movimientos de masa y el represamiento de los ríos y las quebradas. De este modo, los cauces de las aguas se expandieron rápidamente logrando una fuerza que logró arrastrar un enorme cantidad de vegetación, arena, barro, grava y rocas depositadas por las riberas y los lechos del río en un periodo de cientos de años.

Laderas donde se originó la avenida torrencial. Foto de la autora.

 

Una serie de mensajes de texto de amigos en Bogotá me despertaron la mañana del 1 de abril. No fue posible comunicarme con nadie en Mocoa porque la ciudad quedó sin energía eléctrica y señal de celular. Tal como le ocurrió a todos aquellos con seres queridos en la ciudad, mi pánico empeoró cuando empezaron a circular las primeras imágenes de las secuelas dejadas por la avenida torrencial. Barrios enteros fueron eliminados del mapa, puentes destrozados y rocas hasta de diez metros de altura cubrieron las ahora irreconocibles calles de la ciudad. En las semanas siguientes la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD) registró 332 fallecidos, 400 personas heridas, 77 desaparecidos y 22,310 personas en el registro único de damnificados. Sin embargo, los habitantes de Mocoa insisten en que el total de fallecidos es mucho más alto dado el número de hogares multi-generacionales existentes, la falta de una censo actualizado de la ciudad, la ocupación informal y una gran cantidad de barrios afectados.

Las personas desplazadas a la ciudad de Mocoa durante los últimos veinte años por efecto del conflicto social y armado en el país ocuparon la mayoría de los barrios destrozados. Lina Sánchez Steiner (2012) investigó cómo los barrios del sur de Mocoa han sido ocupados de manera acelerada y espontánea por personas y familias campesinas desplazadas. A finales de los años 90, el departamento del Putumayo se convirtió en un epicentro de la guerra antidroga de los EEUU y Colombia, y las disputas territoriales entre las FARC-EP y los paramilitares con la complicidad de las fuerzas públicas para controlar el narcotráfico y la población local. Las familias rurales que fueron obligadas a migrar a Mocoa debido a la violencia armada y las fumigaciones aéreas por parte del gobierno nacional y de los EEUU, aumentaron la ocupación espontánea de tierras por parte de comunidades indígenas reclamando el retorno a sus territorios ancestrales históricamente apropiados por la iglesia católica.

Entre el 1993 y el 2005 la ciudad creció exponencialmente hasta alcanzar 26,439 de habitantes, convirtiéndose así en lo que Steiner llama una ciudad-refugio. Hasta este momento, Mocoa era una ciudad sin tradición de planeación urbanística. El Plan Básico de Ordenamiento Territorial (PBOT) – un documento altamente técnico cuyo proceso de formulación fue desconocido para los dirigentes, los funcionarios, los órganos de control y la sociedad civil local y regional – fue elaborado en el año 2000 siendo el segundo instrumento de planeación desarrollado en la historia de la ciudad. En aquel momento las zonas que fueron afectadas por la avenida torrencial que ocurrió entre el 31 de marzo y 1 de abril tenían un registro de no urbanización.

“Más que 1000 muertos y el gobierno oculta la verdad al mundo,” Barrio El Progresso. Foto de la autora

 

Posdesastre, Paz Territorial y Adaptabilidad al Cambio Climático

 

Tengo que confesar que inicialmente encontré desconcertante el comentario de la directora de SINCHI sobre la imposibilidad de las inundaciones de los ríos. Es abrumador contemplar la potencia y la fuerza material de la memoria de un río; una memoria que es compartida por roca, suelo, nubes y bosque. Por “memoria del río” me refiero a su capacidad de recordar sus viejos cauces, la expansión y altura de sus lechos, y las áreas que estacionalmente ocupa y ocupaba. ¿Qué clase de asentamientos humanos son adeptos y responden a las condiciones de vida en los territorios de los ríos? La “avalancha” en Mocoa puede ser entendida como un fenómeno impresionante, un implacable acto de retorno y una experiencia colectiva de devastación y distribución desigual del riesgo – es decir, ciertas personas se encuentran en mayor riesgo en los territorios de los ríos cuando aquellos se expanden y retornan a sus viejos cauces.

En un encuentro de la Corte Constitucional en Ibagué en el año 2014, el profesor Gustavo Wilches Chaux presentó un concepto muy sugerente: el “derecho al libre desarrollo de la personalidad del río.”  Se refirió a la “memoria” del agua y el tenaz reclamo de los canales y lechos – específicamente el derecho de los ríos a recuperar el espacio de asentamientos humanos mal planeados y la descontrolada expansión urbana. En un breve texto que circuló una semana después del desastre en Mocoa, Wilches Chaux elaboró sobre los derechos del agua: el derecho al cauce y el derecho a expandirse en temporadas de lluvia, el derecho a ser absorbida por el suelo, el derecho a fluir y el derecho a fluir hacia un lugar. En vez de una hidrología agresiva que debería ser desviada o contenida, me inspira entender la destrucción causada por los ríos como una materialización de su memoria – la evidencia del despojo de las aguas y un recuperador acto de catarsis.[2]  Esto implica varias preguntas: ¿Cómo la memoria de los ríos podría informar no solamente la reconstrucción de una ciudad sino también nuevas conceptualizaciones de la restitución en un contexto de posdesastre? ¿Qué cambiaría en los ejercicios de planeación posdesastre si se atendiera a las pérdidas humanas y de infraestructura como integralmente implicadas con las pérdidas de las cuencas de los ríos?  Estas preguntas están, desde luego, situadas en el contexto del posacuerdo y de justicia transicional en el país. La avenida torrencial en Mocoa es un evento donde los procesos del posacuerdo se traslapan con lo que acontece en el posdesastre; se trata, a la vez, de una situación que resalta la relación entre las construcciones de paz territorial y la adaptabilidad al cambio climático.

Un debate que con frecuencia surge luego de los desastres en áreas urbanas es si la ciudad debe ser reconstruida sobre el modelo de ciudad del pre-desastre o si debería dedicarse tiempo a un diseño urbano innovador. En los procesos de la reconstrucción urbana suelen surgir problemas debido a la distancia entre las necesidades y prioridades percibidas por las agencias de planeación, y las visiones y experiencias de los residentes locales, muchos de quienes comienzan los procesos de reconstrucción mientras viven su duelo y siguen sufriendo estados de aflicción. Han habido importantes cambios en la manera como se conceptualizan y manejan los desastres, incluyendo el cambio hacia la desnaturalización de las disparidades generadas por el desastre; la ampliación de los marcos temporales de los desastres, y el reconocimiento de los fracasos interconectados de sistemas técnicos y ecológicos (Fortun et al. 2017). Greg Bankoff (2010) propuso un argumento central según el cual no existe tal cosa como un “desastre natural”.  Su trabajo sobre inundaciones (2003) ha sugerido por mucho tiempo reconocer perspectivas históricas para aproximarse a la compleja producción socio-natural de la vulnerabilidad y el riesgo. Los movimientos sociales y las coaliciones ambientalistas en Colombia se refieren a algo afín a este concepto, a saber, reconstruir, la “memoria biocultural” de un territorio. En el espíritu de la intervención desnaturalizante de Bankoff, me interesan los potenciales impactos  de afirmar que no existe algo así como una “inundación” en el contexto de la reconstrucción de una ciudad en el piedemonte andino-amazónico. El reconocimiento de la “memoria del rio” y su derecho a recuperar su antiguo cauce y reclamar su territorio perdido sugiere preguntas de orden especulativo para la reflexión sobre temporalidad y escala, recuperación y re-construcción, así como las actualizaciones más-que-humanas de la responsabilidad y las reparaciones.

Mocoa Renace. Foto de la autora

 

Mocoa: Ciudad de (de) y (re) construcción

La historia de la ciudad de Mocoa se caracteriza por ciclos repetitivos de construcción-deconstrucción-y reconstrucción. La ciudad es el primer asentamiento de los españoles en la Amazonia Colombiana. Cuando pasaba en bus por Pueblo Viejo, el sitio de la construcción original de Mocoa en los tiempos coloniales, escuchaba historias de cómo los Andakies habían quemado en cuatro ocasiones la naciente ciudad de Mocoa entre 1500 y 1700.  María Clemencia Ramírez (1996) escribe que los Andakies arbitraban las alianzas entre otros pueblos andino-amazónicos tales como los Tamas, Sucumbíos, Mocoas, Inganos, y Sibundoyes para defender sus territorios –  entrada a la selva expansiva – de la Corona Española.

En el 2017 después de recoger testimonios de los habitantes rurales que viven en las áreas afectadas por la avenida torrencial, Corpoamazonia registró siete avenidas torrenciales desde 1947; sin embargo, estas áreas no fueron pobladas sino hasta su ocupación por campesinos e indígenas desplazados y otros sectores de bajos recursos como estudiantes y madres cabezas de hogar. Las razones que explican por qué había gente morando en dicha zona de riesgo corresponden a una compleja trama que involucra la negligencia del gobierno, el clientelismo político, la pobreza, la falta de educación popular agroambiental, el narcotráfico y las represivas políticas de la guerra antidroga de los EEUU y Colombia, y como producto la expansión urbana causada por más de cincuenta años de conflicto social y armado. El desastre en Mocoa causó una experiencia de doble desplazamiento de las víctimas de la guerra y, a la vez, reveló una historia expandida de colonización y despojo. Estas familias tenían vulnerados sus derechos comenzando por el de la vivienda digna, así que la respuesta de los entes gubernamentales local, departamental y nacional para con las víctimas del conflicto ha sido supremamente negligente.

Durante el periodo inicial de respuesta al desastre, la mayoría de la ayuda que llegó fue destinada para mujeres y niños mientras muchos hombres quedaban sin ropa y sin los elementos básicos de higiene. La mayoría de los arrendatarios recibieron subsidios de vivienda por solo tres meses mientras que los dueños de la propiedad siguen recibiendo subsidios.  Después de un período de gracia muchas personas han sido obligadas a seguir pagando hipotecas de inmuebles para vivienda y créditos de negocio y bienes que ya no existen, lo que ha provocado el surgimiento del movimiento de los endeudados.

El Ministerio de Defensa es la entidad encargada de la reconstrucción de Mocoa y el Ejército Nacional ha trabajado en un limitado número de proyectos realizados hasta el momento en la reconstrucción de la ciudad, en lugar de contratar a los Mocoanos sin empleo. A pesar del papel y cambiante imagen pública del ejército en esta transición del posacuerdo, la militarización de la reconstrucción de una ciudad posdesastre en un contexto de guerra reciente sugiere varios dilemas psicosociales y éticos. Parecido a lo que ocurre en muchas situaciones de posdesastre, la participación comunitaria en las agendas de planeación y reconstrucción ha sido limitada.  Inmediatamente después del desastre se consolidaron veedurías ciudadanas con el objetivo de hacer seguimiento y control a la gestión pública. Según la norma se debe implementar un mecanismo de participación ciudadana desde la planeación hasta la evaluación y el seguimiento y, para el caso de Mocoa, esto comprende todo el proceso de reconstrucción de la ciudad andino-amazónica con recursos de la nación y donaciones por un valor de $36.778.533.260millones de pesos.

También las veedurías en Mocoa se han organizado para exigir la garantía del derecho constitucional a la participación comunitaria en la formulación del renovado Plan Básico de Ordenamiento Territorial (lo que el Departamento Nacional de Planeación llama los POT modernos).  Actualmente un consorcio Español tiene el contrato para realizar el nuevo PBOT y está centrado en metodologías de trabajo a distancia desde Bogotá. Algunos de los importantes procesos organizados desde la sociedad civil incluye un colectivo que se denomina “Mocoa desde la Base” que se ha enfocado en la promoción de una serie de iniciativas locales y de adelantar un proyecto radial comunitario para dar a conocer lo que está ocurriendo en el posdesastre de Mocoa, y el lanzamiento del Observatorio Ambiental Ciudadano de la Reserva Forestal Protectora de la Cuenca Alta del Río de Mocoa (OAC) con el fin de crear una red de guardianes del agua, la cuenca y la reserva forestal.  En Diciembre de 2017, el OAC realizó un recorrido de sanación por cuatro días en el área donde la avenida torrencial se originó.

Durante uno de los primeros eventos públicos donde los gobernantes del Putumayo hablaron del desastre, prometieron que la reconstrucción de la ciudad resultaría en una Mocoa “mejorada, moderna y empresarial.” En ningún momento se dirigieron la palabra a los ríos y quebradas del municipio, ni a las cordilleras – a las que la construcción de Mocoa dio la espalda. Escribo esta breve reflexión con la profunda preocupación de que pocas personas están escuchando y comprendiendo la memoria de los ríos. Temo que una oportunidad única, aunque trágica, para imaginar y construir una ciudad diferente – una ciudad andino-amazónica –  se está perdiendo.

Los debates políticos sobre la reconstrucción de Mocoa deberían contemplar las memorias de los ríos, las rocas, y los suelos en los espacios donde se toman decisiones sobre el derecho a la vivienda digna y especialmente los derechos de las victimas humanas quienes han sido doblemente desplazadas. Atender y respetar estas memorias puede inspirar propuestas que imaginen soluciones más allá de la “mitigación” tecnificada de los ríos y la reducción del tema de la vivienda digna a un mero hecho de asunto “habitacional” que se puede resolver con cualquier estructura arquitectónica.  Más allá del tema de la vivienda, las memorias de los ríos pueden influenciar profundamente cómo una ciudad andino-amazónica debería ser diseñada. También estas memorias enseñan que las laderas de las montañas deben tender a un suelo de vocación forestal. A la vez, su uso debe estar basado en la conservación de los suelos a través de prácticas y conocimientos que deberían estar incluidos en los planes de estudio de las instituciones educativas municipales y en talleres urbanos y rurales de educación popular. Construir una paz territorial desde y para las zonas que han sido el epicentro de la guerra requiere la visibilización de la violencia y los daños que han afectado la continuad de la vida humana y no humana (Lyons 2017, Ruiz Serna 2017). Es la ruptura y la reparación potencial de estas relaciones socio-ecológicas, las historias del desplazamiento y despojo que tejen las vidas de los ríos, el piedemonte, y los habitantes rurales y urbanos de los abanicos fluviales lo que está en juego en las construcciones territoriales de la paz.

Pintura de la cuenca del río Mocoa elaborada por Eduardo Quinchoa, un miembro de la comunidad Inga en Mocoa, e imagen de la Veeduría Ciudadana de Mocoa. Foto de la autora.

 

Bibliografía

 

Bankoff, Greg. 2003. “Constructing Vulnerability: The Historical, Natural, and Social Generation of Flooding in Metro Manila.” Disasters 27(3): 224-38.

 

__2010. “No Such Thing as Disaster.” Harvard International Review, August 3, 2010, accessed on April 22, 2018, http://hir.harvard.edu/article/?a=2694.

 

Fortun, Kim et al. 2017. “Researching Disasters from an STS Perspective” en The Handbook of Science and Technology Studies, editado por Ulrike Felt, Rayvon Fouché, Clark Miller, and Laurel Smith-Doer, pp. 1003-1028. Cambridge, MA: MIT Press.

 

Lyons, Kristina. 2017. “¿Cómo sería una paz territorial?: Iniciativas de Justicia Socioecológica en el Sur.A la orilla del río.May 25.

http://alaorilladelrio.com/tag/kristina-m-lyons/

 

Ramírez, María Clemencia. 1996. Frontera Fluida Entre Andes, Piedemonte y Selva: El Caso del Valle de Sibundoy, Siglos XVI-XVII. Bogotá: Editorial ABC Limitada.

 

Ruiz Serna, Daniel 2017. “El territorio como víctima. Ontología política y las leyes de víctimas para comunidades indígenas y negras en Colombia,” Revista Colombiana de Antropología 53(2): 85-113.

 

Sánchez Steiner, Lina María. 2012. La ciudad-refugio. Migración forzada y reconfiguración territorial urbana en Colombia: El caso de Mocoa. Barranquilla y Bogotá: Universidad del Norte and Consejo Profesional Nacional de Arquitectura y sus Profesiones Auxiliares.

 

Weizman, Eyal. 2017. Forensic Architecture: Violence at the Threshold of Detectability. New York: Zone Books.

 

 

[1]Agradezco a Jimmy Calvache por las conversaciones acerca del efecto Fohen.

[2]Estoy en deuda con Eyal Weizman (2017:45) por su discusión sobre la manera en la cual un efecto borroso de una foto no es un simple error sino un método de inscripción que registra la violencia, el riesgo y el peligro de ser testigo.

 

*Se desempeña como profesora asistente de estudios feministas de la ciencia y antropología en la Universidad de California, Santa Cruz. Lleva más que doce años realizando investigación y acompañando procesos agrarios y ambientales en el piedemonte amázónico colombiano. También es directora del proyecto audiovisual de educación popular con comunidades rurales en el Putumayo, “Hacia un Buen Vivir en la Amazonia.”

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