Dulcita y el burrito: Teatro Infantil en el Caquetá

 

 

 

 

 

*Adrián García Arias

 

Es una obra del dramaturgo Carlos José Reyes, estrenada, si mal no estoy, en la década de los años sesenta del siglo pasado y que comienza con un viejo titiritero que lleva por el bosque una carreta con todos sus muñecos. Ya cansado de su trasegar de pueblo en pueblo, se acuesta a descansar en medio de los árboles… Aparecen, entonces, unas díscolas brujas, Zarrapia y Pancracia, a quienes los hechizos les salen como al señor alcalde los reparcheos de las calles de este pueblo, las brujas se preguntan quién habrá que de ellas se conduela. Al ver al artista, deciden robarle los muñecos para poder ganar algo de dinero. 

Aparece después otro personaje, el payaso Aserrín, anda buscando a su burro que vaga por ahí. El titiritero se despierta de un mal sueño en el que le roban sus muñecos y empieza a ensayar su obra de títeres en el teatrino de Don Pantaleón, la obra se llama “Periquillo en el banquillo”, con Periquillo, Trompetazo, Monigote y Calabazo. El juez Monigote arranca el juicio amenazando con dar garrote y Trompetazo acusa a Periquillo de estafarlo, pues prometió enseñarle a leer ya que, según le dijo, en la lectura encontraría gran placer. Pero, al mismo tiempo, le prohibió leer algunos libros, excepto los que el mismo profesor escribió, además lo acusa de robarle dinero de la alcancía y de exigirle dar las gracias -norma de urbanidad de Carreño- cada vez que le daba un pisotón. El juez Monigote condena…  ¿adivinen a quién?

Entonces, el viejo titiritero da por terminada la obra de títeres, muy  apesadumbrado porque debe vender a su muñeca favorita, Dulcita.

Pero no cuento más porque la idea es que los que no fueron, la vayan a ver, si hay una función adicional, y escribo “si hay” porque hacer teatro es bien complicado en estas tierras abandonadas de Dios, más no por el estado (en minúscula) porque de eso nos ha sobrado. 

 

Hay que destacar el esfuerzo que hace el grupo Ágape Teatro de la Manigua, una agrupación familiar integrada por Edilberto Monje, María Clara Olaya y sus hijas Juanita, Laura y Sofía, quienes, a contracorriente, insisten en hacer teatro, danza, música, pintura, en una región en la que la cultura se redujo a concursos de reinas y rocines, en tiempos en los que la gente sólo ve gatos, caderas o chistes, a lo sábados felices, en tik-tok, haciendo lip sync.  

El público respondió llenando el auditorio Ángel Cuniberti de la Universidad de la Amazonia. Muchas personas compraron las entradas para donarlas a niños y niñas que no tenían cómo pagarlas, a ellas hay que darles las gracias. En todo caso, es esperanzador ver que aún quedan adultos que le apuestan a que las personas pequeñas de la familia puedan ir a ver teatro, ¡un viernes! 

Es importante crear una red de amigos que apoyen las expresiones artísticas como el teatro, que sobrevive a pesar de la mala gestión cultural de la mayoría de los municipios. Nacido en la antigua Grecia, no merece ese menosprecio; por eso, al margen de esa institucionalidad que le apostó al entretenimiento para no pensar, sigamos asistiendo a ver teatro y dejemos que esta generación se escape del control de la nueva niñera que es el celular, con sus redes sociales que encadenan y que castran la imaginación. Propongamos, desde la solidaridad, la aparición de seres fantásticos en un escenario para re pensarnos como sociedad.

Desde esta orilla, rogamos a San Genesio que ilumine a Petro para que su ministra de Cultura le dé oxígeno al arte. Es tal la desesperación, que le pido a mis amigos que comulgan que hablen con monseñor para que le apueste al teatro litúrgico en las fiestas de San Pedro del año entrante, para ver si vemos otra cosa distinta a los centauros grecocaquetenses paseándose con sus sombreros norteños. 

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