El último viaje (Pastiche de Juan Carlos Onetti). Cuento.

santi

Santiago Rodríguez Segura*

Seguramente estará atascado en el tráfico buscando un coche, con tiempo de sobra estará pensando en sus años de buen mozo, de cuando a su largo pelo se lo llevaba el viento y con una mirada cautivaba a las muchachas. Para él, Federico, eso tiempos quedaban tan solo en el recuerdo de un embotellamiento, él ahora solo era un hombre callado y resentido, uno de esos tantos que se encuentran en todas las aceras de la ciudad, todo esto lo sé porque lo encontré esta mañana en un nuevo auto, no de él sino de su compañía de trabajo.

Cada vez que lo pienso, me lo imagino en un automóvil, atrapado en un ambiente hostil donde la única ventaja que tiene es la de recordar, porque él ya no lo hace en ningún lado más, es claro que solo recordará a esa muchacha de rojas mejillas y vida bohemia que le presenté uno de esos bellos días de agitada vida juvenil, estaba seguro que ella, Juliana, sería uno de sus sueños cumplidos, el primero de muchos que Federico tenía en su lista mental, no solo porque era igual de exitosa a él sino porque ella también buscaba lo mismo, ser felices.

Estoy completamente seguro que su ímpetu juvenil los cegó, ¿Ser feliz en esta época? Qué desfachatez! por eso fue que no les resultó nada.

Juliana fue morena, bajita, de notable actitud y emprendedora, valor inusual en los jóvenes que yo conocía, también recuerdo que cuando la presente a Federico se comía incesantemente las uñas, tal vez porque le sobraba actitud para todas las otras cosas.

Juntos empezaron a buscar como cumplir todos sus sueños, tras un tiempo decidieron que el ambiente donde serían felices iba ser el sur, el sur de Argentina, la Patagonia, lugar del cual Juliana leía a diario, y sobre el cual buscaba leer a diario; sería Nini Berdanello la que los condenó a los dos, aunque a uno más fuerte que al otro, fue esa loca la que me mando de vuelta un viejo decrépito consumido por la pena que abandona todo menos el jeep, el jeep en donde aprende a desvivir a diario, el jeep donde espera morir.

Estaba ayudándolos a cumplir su sueño, todo por intermediación de Juliana, Federico vivía convencido de lograr alcanzar la felicidad únicamente con el esfuerzo de los dos, pero ella era más inteligente y si no hubiera sido por ella, por esa labor silenciosa conmigo, jamás habrían logrado zarpar de esta ciudad.

Me escribió Juliana, a pesar que la carta decía Federico también, un lunes que tenían el jeep cargado al igual que sus almas, no esperaban que fuera un viaje fácil pero si sabían que entre ambos lo superarían todo, ¡Qué insensatos!, se turnaban al volante y paraban de vez en cuando en un bonito lugar a prepararse algo de comer y beber mientras disfrutaban el paisaje con las manos juntas, dormían dentro del jeep, también en un lugar atractivo, para poder despertarse bien mirando al otro o mirando el hermoso paisaje.

Juliana tenía un diario donde lo escribía todo, las paradas, la duración del viaje, los cambios de conductor incluso los choques y accidentes que veían y que retrasaban su viaje, a pesar de su empeño le faltó retratar uno de estos en su diario.

Tras tres días de viaje pararon de nuevo, era tiempo de descansar, hicieron su habitual ritual antes de dormir, esta vez Federico no logró dormir, se sentía sobresaltado. Salió del auto, sería la última vez que lo haría conscientemente, y caminó, no se más detalle porque él no me contó nada más de esta caminata, debió ser, lo creo firmemente, que empezó a dudar y creía que al caminar su mente se despejaría. La duda siempre trae algo malo, y esa duda fue lo más estúpido que pudo hacer, llegó al auto, ella no lo sintió escaparse ni volver, por lo que no sabía que él dudaba y que desde ahí lo haría todo el tiempo.

Era el último día de la expedición, si mantenían buen ritmo llegarían a la próxima comida a su paraíso, habían acordado que no habría más cambios de conductor, pasado la mitad de ese pequeño trayecto por recorrer se encontraron con el último obstáculo: una montaña. El diario decía una montaña no habrá sido más que una pequeña escalada, Federico en el volante, dudando, volteó la cara para verla a ella, siempre volteaba a verla a ella mientras escribía, devolvió la atención al camino, la duda seguía en su mente porque cuando sucede una vez se empieza a repetir todo el tiempo. A dos horas máximo del objetivo les llegó la mala hora, él por ir caminando de noche sin rumbo, sin dormir en vez de quedarse a disfrutar del paisaje y del hermoso rostro de Juliana para soñar todo con ella y junto a ella, toda la culpa fue de él que agotado cerró los ojos. Debió pensar en toda su vida, toda su fantasía se fue cuando abrió los ojos, no se habrán alcanzado a decir nada sobre su futuro juntos, el coche que los impactó alcanzo a desviar el rumbo del jeep y el de dos vidas soñadoras, el jeep rodó, el otro coche huyó.

También estoy seguro que la ayuda demoró en llegar, quién ayuda en el remoto sur, Juliana murió pero salvó la vida de Federico, de su amado, en su diario tenía escrito mi teléfono, no el de él, el mío, llamaron cuando iba en el ómnibus de retorno a casa, la ambulancia llegó alrededor de las medianoche, no me dijeron nada pero presentía que ella había muerto, los había enviado a su muerte, yo lo había hecho sin querer. Federico salió dos semanas después, pero ya no era él, las cicatrices en su rostro se habían llevado su juventud, su cabello, nunca volvería a sentir el viento en su cabello.

Me cruzó dos palabras “Muchas gracias” no dijo más, me dio el diario y se fue, aunque Federico se había ido hace rato, él se fue con Juliana.

No pude decirle nada, no pude saber nada hasta después de leerlo todo, que estúpido, que gran estúpido, él no fue al entierro de una de las mejores mujeres que conocí, que bruto, si hubiera ido no lo hubiera molido a golpes sólo por el respeto que le tenía a ella.

Lo encontré esta mañana en el auto de la compañía de taxis, la compañía para la que trabaja aunque con otro nombre, no le hable y él no me hablo, era lo justo, lo que si observé fue una nota al frente del taxi, tres letras, tres números, el trabajo era perfecto para el nuevo Federico, Julián era su nueva identidad y también su nueva vida, me dejó al frente del trabajo, no me cobró y yo no le pagué.

Ahora va manejando por toda la ciudad, seguramente dormirá en el taxi de turno como debió hacerlo tiempo atrás, buscando la matrícula del otro homicida para hacerlo pagar, como él lo llevaba haciendo todo este tiempo.

*Estudiante de literatura, Universidad Nacional de Colombia. sarodriguezse@unal.edu.co

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