De la participación y sus demonios

Por qué el poder constituyente es ajeno a sus potencialidades, por qué el sujeto político se hace ajeno a lo que él sustenta y reproduce día a día, por qué si el objeto se le enfrenta -las leyes, los gobernantes- no ve la posibilidad de transformar esa relación.

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Camila Mompi*

Interrogarme por la política termina por devenir en alguna u otra dirección en la pregunta por la participación, no como consecuente lógico e imprescindible de la política, sino como una de las posibles formas que puede adquirir el sistema. En la actualidad se manifiesta como un problema que posee múltiples nodos donde el régimen y la cultura política podrían ser dimensiones clarividentes para entrar en los debates, aunque no terminan por ser suficientes en sí mismos, por lo cual han de merecer esfuerzos transdisciplinarios por el mismo hecho de encontrarse en una trama de relaciones, convenciones, instituciones humanas históricas que atraviesa o son atravesadas.

Dejo latentes mis dudas que se extienden como una apuesta, como el interés por las cuales he de adentrarme en el campo de lo político, no solo el Estado o la Constitución ni mucho menos la polis y el polite o la Iuris societas del civitas, no es el modelo ni el deber ser políticamente correcto o el políticamente soñado, pero lo que en sí define lo político y lo diferencia de otros campos -campos sin los cuales en la práctica no pudieran concebirse, realizarse- está en el construir y deconstruir caminos comunes, en el vivir juntos pero también vivir separados, una relación a mi parecer sensata entre lo posible y lo probable sin negar las trayectorias históricas y sus irrupciones. Vivir juntos para qué y de qué manera, cómo y quiénes deciden, de dónde el poder y cuál el gobierno, interrogantes que con Maquiavelo, Hobbes y Rousseau van apareciendo y se van desarrollando cada cual a su manera, y así lo referirá Sartori (2002), un gobernante virtuoso, un Estado absoluto, o un contrato con el soberano, formas aquellas que desde la lógica schimittiana estarían encaminadas a construir la unidad política para el vivir juntos.

Quienes son poder constituyente no se reconocen con la capacidad de crear, transformar las condiciones y estructuras políticas, puesto que a pesar de llevar en sí un poder insurreccional como lo denomina Negri (2009), un poder de abolir un orden y fundar un nuevo pacto social, nuevas formas jurídicas y de relacionarse en colectivo, terminan por ser un eslabón de reproducción del sistema político, como comunidad política se exponen a las decisiones de otros, a las determinaciones e imposiciones que realizan los grupos dominantes, ellos esconden el truco mientras nosotros somos el medio para legitimar, para justificar su poder. Por tanto, es esto lo que manifiesta la extraña contradicción que me conduce en este trabajo para tratar de analizarlo, la sociedad como fundamento sin capacidad de fundar, y es extraña precisamente porque, utilizando los términos de Marx, existe un extrañamiento del ser político, un desplazamiento entre un objeto y un sujeto político, entre un régimen o una constitución y la comunidad política. El Príncipe, el Leviatán gobernarán como poder constituido -al margen del poder constituyente, no existe- a su manera bajo las reglas de la política, la guerra o lo que ellos mismos se inventen para garantizar el orden, la estabilidad, la obediencia al mandato; lo cierto es que no podrán gobernar solos, necesitan de un cuerpo de servidores o de administradores que le rodeen tal como lo resalta Weber (2002: 704-05), pero además necesitan gente que legitime su poder ya sea por costumbre, intereses o afectos, que le den la razón de ser al mandato, es decir, que produzcan el poder. Es así que finalmente termina por ser clave la diferenciación de Arendt cuando sentencia que el poder nace en el grupo -lo puede delegar- y sigue existiendo éste mientras permanezca unido, porque es quien lo constituye.

Así pues, las formas en las que se genera la creencia, el reconocimiento, la aceptación, etc., serán un factor clave en el momento de construir las bases, los principios en la que la dominación es legítima, más estrictamente en términos weberianos y, en este orden de ideas, lograr aproximarme por qué el poder constituyente es ajeno a sus potencialidades, por qué el sujeto político se hace ajeno a lo que él sustenta y reproduce día a día, por qué si el objeto se le enfrenta -las leyes, los gobernantes- no ve la posibilidad de transformar esa relación. Es quizá ello una de las paradojas de la alienación que Marx ya anunciaba cuando se refería al trabajo.

Lo que nos impide luchar conduciéndonos a aceptar el mandato no ha sido un problema contemporáneo, la estrategia ha existido a lo largo de diferentes manifestaciones históricas. Si se deja ver, flaquea, falla, produciendo grietas en el gobierno y un rostro sucumbe mientras otro se impone, pero finalmente ahí sigue la gente, los pueblos que unas veces gritan y otras muchas callan, dejan pasar. Sin embargo, las estructuras político-sociales con tímidos cambios perdura con su dicotomía bajo las riendas de pequeños grupos dominantes, continúan expresando los antagonismo sociales. Cada momento histórico los gobernantes han tenido sus técnicas, se han organizado de tal modo para garantizar la obediencia, el orden, sobre todo, los privilegios como grupo dominante, para lo cual siempre se ven en la urgente necesidad de autojustificarse, dice Weber, de considerar como ‘legítima’ su posición privilegiada (p.705), de que ellos lo merecen, que están en derecho, que está en su sangre y mil argumentos que terminan por ser aceptados o no, pero de ello dependerá que el mandato sea obedecido, y lo que finalmente muestra en el fondo de sus complejidades particulares es que todo poder, gobierno, que la dominación en sí de unos sobre otros es construida para hacerse creer, para hacerse reconocer como tal, lo que termina por depender de las herramientas lingüísticas o físicas donde la violencia se hace sentir, en una u otra medida lo que está a la sombra y lo que está a la luz, Marx en sus palabras diría que las ideas dominantes de una época son las ideas de la clase dominante. Y quién piensa sobre lo que pensamos, sobre cómo pensamos y de dónde proviene ese pensamiento, si ello fue lo que se oyó, lo que se aprehendió e hizo a la persona; Weber de una manera brillante lo llamará el ‘secreto del cargo’ y la define como el síntoma de la intención de los dominadores para afirmarse en el poder, por ello dice que para que la dominación garantice su continuidad ha de ser una dominación secreta (p.704), por tanto, sin querer esforzar el pensamiento marxiano en este punto, ‘la producción intelectual define la producción material’, y ello es la sombra, la huella que queda inscrita en las personas y se hace inseparable de su vida.

Pero el pensamiento es una caja contenedora que garantiza la adhesión en la producción y reproducción del mundo material, pero no es el mismo mundo material, no es la realidad en su totalidad, puede ser una dimensión que influye en la acción, sin negar la potencialidad del pensamiento destilado por medio de nuevas técnicas de control social tal como lo abordará Marcuse. Sin embargo, aunque el pensamiento construye el mundo no puede realizarlo todo sin lograr atender las necesidades materiales de la sociedad las cuales podrían hacer que la estabilidad de cualquier gobierno se resquebraje. Porque un elemento importante es no sentirse dominado, no darse cuenta de su condición, porque eso es lo que son y así se hicieron; la unidimensionalidad del pensamiento no ha operado desde ahora sino desde mucho antes siendo imprescindible en la dominación por tradición o legalidad o, carisma de hecho, pues consiste en tratar de reducir las fugas, las desviaciones, los caminos alternos a los márgenes trazados por el régimen, aparece como elemento fundamental de la obediencia o más precisamente la disciplina, pero que pudieron haber sido eficaces o no es otro punto de discusión y ello es lo que diferencia las técnicas pasadas con las actuales: Llevar a los extremos la unidimensionalidad, reducirla a términos operacionales para que no haya cabida a pensarse otra forma de vida a la establecida (Marcuse: 88-89). Operacionalizarla es materializarla, por algo Marx encuentra en el proletariado la clase revolucionaria por excelencia -en su época-, porque es quien siente la necesidad de emanciparse por completo al ser los desposeídos, porque en la medida que ‘no tengan nada lo quieren todo’, su situación material los impulsa a romper las cadenas. Ello diría este autor, pero el punto que quiero señalar es que el hambre, la miseria, el deseo ‘provenga del estómago o de la fantasía’ no se saldan necesariamente con una creencia, una fe, o solo por la acción del pensamiento, su solución ha de ser material, y estas preocupaciones ya estaban desde Marx, la preocupación de no atreverse a, de no participar en, de no reconocerse como un fundador de derecho, de verse así como constituyente primario, y de constituirse en poder político: Una revolución radical solo puede ser la revolución de necesidades radicales, cuyos presupuestos y fundamentos son lo que parece faltar (Marx: 550).

Es la pregunta clave, dónde están los presupuestos, dónde los motivos para que las personas actuando como reproductoras de un sistema le pueden arrebatar su legitimidad, su apoyo, su aceptación. Las bases materiales caminan a la par con el pensamiento, éste último no puede estar solo, reitero, no lo puede hacer todo, necesita los elementos sobre los cuales realizarse de lo contrario no se harían efectivos sobre las personas. Quizá, si aparecen inconsistencias entre el pensamiento unidimensional y la vida material unidimensional surgirán fallas para el sistema, siendo en ello bastante acertado Marcuse. Pero muchos se rasgan las vestiduras diciendo que motivos nunca faltan, razones hay de sobra, que solo basta con tener los ojos abiertos; pero hablar de esa manera sería desconocer al mismo Marx cuando él ya se interrogaba sobre ello, entonces si referimos a la enajenación directamente lo estamos haciendo a la conciencia, palabra con la que se pude simplificar todo pero termina por decir nada: La participación política es un problema de conciencia, ¿y eso qué? El asunto aquí es tratar de aproximarnos a cómo se genera tal conciencia enajenada o falsa conciencia como lo diría Marcuse, no consiste en mencionar el resultado que ya se conoce como problemática sino esclarecer los procesos que la configuran, puesto que se sabe que la dominación efectiva o la eficacia del mandato, es decir, lo que garantiza una respuesta certera del subordinado consiste en la existencia de un cuerpo administrativo y su acción ininterrumpida sobre ellos, sentencia Weber (p.713).

Así como un producto no es reconocido como tal para el trabajador; el poder político, el poder constituyente tampoco lo es para sus sujetos; la participación, la incidencia política es vaciada de su contenido real, de su capacidad transformadora en un sistema en el que bien o mal pertenecemos en la medida que estamos expuestos a las decisiones que se tomen. Sin embargo, lo que hace interesante este problema es que nos referimos actualmente a formas de gobierno que involucran la participación de la población, que no habría sido posible si se pensara en los tiempos de monarcas, emperadores, príncipes. Pero al igual que antes no hay conciencia de que algo nos pertenece, hay una alienación de nuestro poder social, político, económico, en términos generales; se continúa siendo el fundamento de todo gobierno, de la gente nace la legitimidad sea dada por diferentes razones que combinan la racionalidad e irracionalidad, pero que al fin y al cabo es un demonio construido, una ficción macabra que juega con la mente, que reduce la vida. Dominación racional o irracional por valores, fines o emociones, señala el aspecto del aparato sobre la cual se erige el gobierno, pero no define la exclusividad de la racionalidad o irracionalidad de los sujetos dominados, creo que en este sentido sería prudente diferenciar la conciencia de la racionalidad, pero no entro en este debate, solo lo resalto. Hay aspectos que no están a nuestro alcance, hay ideas que jamás se nos ocurrirán, sencillamente porque no están dentro del marco definido sobre el cual pensamos -fruto del pensamiento dominante-, y es ahí donde opera el sistema para establecer los límites extendiendo una gama de alternativas sobre la cual podemos elegir. Otra gran paradoja que ya no serían extrañas si sabemos que vivimos entre irrealidades y monstruos, esta vez la dice Marcuse, la libertad como instrumento de dominación (1993: 37), es el más potente de ellos porque se invierte la premisa antes expuesta, ‘si lo tengo todo, por qué luchar’. Pero en este caso Marcuse pensaba en sociedades de industrialización avanzada, un sistema racional de gobierno y producción, que van de la mano según este pensador[1], el asunto es que si tomamos a Colombia aparecen quizá sus vacíos.

El problema no es sencillo de resolver desde el lado teórico, pero con éstas disertaciones realizadas se sientan las bases para la aproximación práctica. En nuestro país el problema en un principio podría mostrar dos caras, la abstención y la participación electoral, pero qué pasa con otros escenarios constitucionales que las personas podrían utilizar, o también escenarios alternos donde se pueda construir en colectivo. ¿Acaso las personas se sienten realizadas políticamente por votar o no? pero para saber ello sería mejor cuestionar si la política es una preocupación cotidiana que pueda considerarse como un objeto de realización colectiva. Este mundo nos fabrica todo lo que queremos, es posible que poco exista más allá de ello, en eso consiste la eliminación de una cultura sublimada, soñada, para arraigar un pensamiento unidimensional, así se garantiza que no existan fuerzas subversivas que rompan con la continuidad del sistema.

Sin embargo ello parece muy caótico, muy preciso o racional para nuestra realidad que aún tiene vacíos, pero no se niega la fuerza centrípeta producida por el aparato productivo, de consumo, publicitario, que tienen sitiada la mente del sujeto contemporáneo, pero lo que es determinante es la posibilidad real de realización, la sentencia de Marcuse es contundente: Una sociedad capaz de satisfacer necesidades de los individuos priva a la independencia de pensamiento el derecho de oposición política (p.32), y volvemos a lo elemental, al ¿por qué una lucha política?, ¿para qué participar en los escenarios decisorios?, ¿por qué yo?, ¿por qué nosotros tenemos que transformar?

Para el proletariado, consideraba Marx en su momento, era una decisión existencial, una decisión para afirmarse, reconocerse como ser, era apropiarse de su vida que le es negada en todas sus dimensiones, pero si y solo si se es consciente de esa condición, y ello es lo que se mantiene en secreto, lo que no se revela, lo que hace posible la continuidad de la dominación volviendo a Weber. Parece que el único campo para ser consciente de la enajenación era lo más instintivo, es decir cuando se siente la amenaza existencial. Pero no, los mecanismos para racionalizar la vida, para controlar sus expresiones, han llegado al límite de que si algo o alguien me hace morir de hambre no tenga la capacidad de reconocer el causante, porque se genera un desplazamiento de los objetos y sujetos reales en conflicto hacia otros que no tienen nada que ver, lo que conduce a la neutralización de las posibles disputas políticas, es decir, al asimilarse la conciencia hegemónica sobre la cual se es producido, se adhiere a las narrativas ficticias que garantizan la estabilidad del sistema.

Quizá solo sea un delirio.

Bibliografía:

Weber, Max (2002), Economía y sociedad, México: Fondo de Cultura Económica Pp. 695-716

Marx, Karl. Antología (edición de Jacobo Muñoz). Teoría de la historia (Pp. 293 – 349) y La política marxiana: proletariado y emancipación (Pp. 549 – 602)

Marcuse, Herbert (1993). El hombre unidimensional. Buenos Aires: Editorial Planeta

Negri, Toni (2009). El poder constituyente. En: Pensando el mundo desde Bolivia. (pp. 75-81)

Sartori, Giovanni (2002). La Política. México: FCE. Cap VII.

Harendt, Hannah (2006). Sobre la Violencia. Madrid: Alianza Editorial

[1] El poder político se afirma por medio del poder sobre el proceso mecánico y la organización técnica del aparato productivo. (Marcuse: 33)

*Estudiante ciencia política Universidad Nacional de Colombia.

Fotografía de portada: Camila Mompi

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