La selva en tiempos de paz (parte 3)

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Dentro de los planes de desarrollo con un enfoque territorial (PDET) que deben facilitar el acceso a la tierra, la construcción de caminos y el apoyo a la producción agrícola para las comunidades rurales en Putumayo, la deforestación no se considera un tema central, a pesar del impacto potencial en los bosques.

 

 

 

 

Kristina Van Dexter*

 

La estela del rastrojo

 

Sin embargo, algunos campesinos han tomado sus propias iniciativas que buscan mantener la cubierta forestal en sus fincas. Los campesinos del Putumayo han comprendido durante mucho tiempo que, para poder hacer las cosas, uno no puede esperar a que el gobierno se presente con una solución, y en muchos casos estas soluciones son precarias. Si miramos más allá de las cifras referidas a la deforestación, podemos ver otras historias tomando forma en el rastrojo que está entre selva y fincas. En todo el Putumayo, muchas fincas que fueron abandonadas por familias desplazadas por la violencia han sido recuperadas por la selva, y ahora están cubiertas por el rebrote de los bosques. Esta consecuencia del conflicto armado ha contribuido a lo que parece ser una mayor cobertura forestal. Sin embargo, los programas de restitución de tierras y los subsidios correspondientes para la agricultura, incluida la ganadería, inevitablemente darán lugar a la tala de bosques en estas áreas. En Puerto Guzmán y Puerto Leguízamo —parte del “arco de deforestación” de la Amazonía, además de ser los municipios con algunas de las tasas más altas de pérdida de bosques en el país— los campesinos han tomado sus propias iniciativas (a menudo como consecuencia de proyectos gubernamentales fallidos) para reforestar sus fincas con especies de árboles nativos, y así recuperar los suelos afectados por el ganado o por los monocultivos de coca.

 

En Puerto Leguízamo, después de escalar pendientes cubiertas de pasto durante casi tres horas, Don Miguel me muestra las 50 hectáreas de su finca, que ahora es rastrojo, algunas de las cuales ha plantado; el resto las ha dejado para que se regeneren de forma natural. “Empiezas a sentir la diferencia de inmediato”, observa Don Miguel, “puedes escuchar cantos de pájaros, monos; hay sombra para el ganado.” Miguel, un ganadero que llegó al Putumayo hace 30 años desde el interior, me explica que cuando llegó esta tierra estaba cubierta de selva

 

“No sabíamos nada, cuando yo llegué todo esto era monte, desde allá donde se ve hasta acá; mire esa bola de monte, esos son árboles naturales que están ahí desde la creación, todo esto era así, vea así como se ve ese monte, y lo cortaron y lo quemaron y le sembraron pasto; quedó sólo el peladero, pero no hubo nadie que le dijera algo a la gente.”

 

Esta perspectiva fue respaldada y promovida por los programas de asentamientos apoyados por el gobierno, que básicamente cedieron tierras a campesinos como Miguel, e incluso ofrecieron extensiones agrícolas para ganadería. Don Miguel se llama a sí mismo una “vanguardia” de Puerto Leguízamo y promueve la reintegración de los bosques en las fincas ganaderas. Hace casi diez años, dejó casi la mitad de su granja sin tocar, para regenerar el bosque de forma natural. También, ha estado trabajando para plantar especies de árboles nativos, pero dice que esto implica “cuidado: los suelos han sido impactados por el ganado y expuestos a la luz solar directa. Es casi imposible que una semilla se apodere de estos suelos degradados”, se dice. Los árboles mitigan las consecuencias de las lluvias en los suelos y sirven a proteger a la erosión. En la estación seca, los bosques también protegen el suelo, pero cuando no hay árboles la radiación solar impacta directamente el suelo y genera cambios en sus características, detiene el proceso de descomposición de la materia orgánica e interfiere con la actividad de los microorganismos.

 

Don Miguel recuerda un programa introducido por Corpoamazonia que distribuyó semillas extranjeras, pero no incluyó ningún tipo de capacitación o seguimiento. “Esas plántulas se dejaron pudrir en las fincas; los campesinos no sabían cuándo plantar, cómo son las ecologías del suelo aquí, cómo plantar con ciclos de lluvia” según Don Miguel. Por su propia voluntad, ha comenzado a recolectar y propagar semillas nativas de la selva cercanos. A pesar de la resistencia dentro de su propia asociación de ganadería, Miguel explica que su sueño es compartir su visión y sus prácticas con los vecinos, con la idea de que al demostrar los impactos de este trabajo, los vecinos pueden aprender cómo incorporar dichas prácticas en sus propias tierras y comenzar a internalizar una visión de los bosques muy diferente a la de limpiar la tierra, un proceso que a menudo implica quemar y sembrar pastos con la aplicación de fertilizantes químicos, que es un trabajo arduo y costoso. Sin embargo, según Don Miguel, “cambiar la manera en que las personas se relacionan o piensan sobre los bosques es muy difícil. Por aquí, la ganadería es la identidad y la cultura de la gente. Los que tienen más ganado son respetados.”

 

Figura 4. Reforestación, Puerto Leguízamo. Foto de la autora.

 

En otros lugares, como Puerto Guzmán, los campesinos también han estado participando en prácticas de reforestación como una forma de reparar las relaciones con el bosque. Esto incluso con pagos para la sustitución de la coca. Nos dirigimos a la entrada de La Sinita, una iniciativa de silvicultura que opera como de una granja experimental para especies arbóreas nativas. Al ingresar a La Sinita uno se sumerge en los sonidos de la vida amazónica. Jorge Luis, mi guía y visionario detrás de La Sinita, explica que si bien muchas familias pueden involucrarse primero en la reforestación en función de las necesidades económicas, con el tiempo la práctica de cuidar las semillas y las plántulas a medida que crecen, en sintonía con sus ritmos, permite a los campesinos tomar conciencia de las relaciones entre los árboles que están cultivando y los suelos, los animales y los otros árboles que los rodean, todo lo cual contribuye a la habitabilidad de estos espacios. Desde la perspectiva del rastrojo, la relación entre los campesinos y la selva comienza a cambiar cuando aquellos se dan cuenta.

 

Estas iniciativas muestran que existe una gran oportunidad de transformar los sistemas productivos y los usos del suelo para fomentar la reforestación y la conservación de la selva. Sin embargo, los campesinos están implementando estas iniciativas sin el apoyo del gobierno, y muchos de ellos han expresado la importancia del apoyo económico para una transición completa a sistemas productivos que les permita convivir con la selva. Si bien hay algunos ganaderos que se dan cuenta de los impactos de la deforestación y buscan conservar el monte en sus fincas, sin incentivos económicos y asesoría técnica, así como apoyo político, no tienen otra opción para continuar tumbando. Hay una gran oportunidad para aprender de experiencias pasadas, según una historia larga de programas inútiles en todo el Putumayo, que no ha tenido en cuenta consideraciones ecológicas y socioeconómicos. Además de delimitar la tierra, será esencial emprender campañas educativas para concientizar a las comunidades sobre las razones por las cuales es necesario cuidar la selva.También, promover el intercambio del conocimiento y las prácticas de conservación y reforestación entre los campesinos proporcionaría un acompañamiento crítico para la creación e implementación de planes de desarrollo rural y proyectos de uso de tierras agrícolas en el marco del acuerdo de paz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 5. Propagación de plántulas de árboles nativos, La Sinita, Puerto Guzmán

 

 

La lenta violencia de la deforestación

 

Quiero reflexionar sobre lo que hemos heredado en tiempos de paz. La selva amazónica se ha visto entrampada en la consolidación de la paz y en los procesos relacionados con la expansión de la frontera agrícola, siendo recientemente declarada sujeto de derechos. Las tierras rurales y las reformas agrarias —fundamentales para abordar el tema del acceso a la tierra para las víctimas de conflictos armados, fortalecer la agricultura entre las comunidades rurales y controlar la expansión de la frontera agrícola— también han generado especulación sobre la tierra, producida por las expectativas de títulos de propiedad y construcción de carreteras. Además, la desmovilización de las FARC de los bosques remotos, donde anteriormente operaban, ha permitido el acaparamiento masivo de tierras y la expansión agrícola. El acaparamiento de tierras está asociado con la conversión a la agricultura, principalmente en pastos y ganadería extensiva, así como con el cultivo de coca, y constituye un factor importante que refuerza la expansión de la frontera. Esto también está relacionado con algunos campesinos que están pasando de la coca al ganado. Además, la legislación y las políticas recientes relacionadas con el desarrollo agrícola y rural pueden exacerbar el acaparamiento de tierras y contribuir a un aumento de los conflictos por la tierra.

 

También quiero llamar la atención sobre la violencia gradual y sin sentido de la deforestación en el posconflicto, y sobre las formas en que las comunidades rurales y la selva viven la construcción de la paz como parte de las ecologías mutuamente afectivas. Me refiero a las bajas descontadas cuyas repercusiones se hallan dispersas en un rango de escalas temporales que a menudo se vuelven invisibles. Estas a menudo están subrepresentadas en los procesos de consolidación de paz y en el marco estatal de victimización. Esto presenta desafíos representacionales y narrativos que obstaculizan nuestros esfuerzos para responder. Reflexionando sobre la deforestación incontrolada en el posconflicto, un agricultor lo expresó de la siguiente manera: “tenemos que vivir en paz y en armonía con los bosques; aquí vivimos en los “pulmones del mundo”, y tenemos una responsabilidad. Para nosotros, la paz no es sólo que no haya balas o guerras; la paz es con el medio ambiente.”

Para las comunidades indígenas del Putumayo, como los Kofán y los Muruí, cuyas tierras ancestrales comprenden la selva Amazónica del bajo Putumayo, la selva es un ser vivo, un mundo de espíritus en el que las vidas y muertes de seres sensibles —animales, bosques y plantas— se pliegan continuamente las unas entre las otras. Las plantas amazónicas, como la sagrada hoja de coca, también son consideradas seres, y constituyen una fuente de conocimiento y autoridad, y son esenciales para las relaciones sociales y políticas y la orientación de las prácticas materiales de estas comunidades con la Amazonía. Los abuelos entran en contacto con este mundo espiritual a través de la coca, y de esta manera pueden pedir protección para la selva. Según un abuelo indígena, “los árboles son personas; cuando los colonos vienen y derriban la selva para plantar coca, o para asentar su ganadería, están matando gente”. Las decisiones de despejar y cultivar el bosque para alimento, por ejemplo, en la chagra, se hacen consultando a los espíritus del bosque a través de las plantas sagradas.

Figura 7. Finca Amazónica. Foto de la autora.

 

Propongo que miremos a nuestro alrededor, recurriendo a la Amazonía misma como una guía para cultivar una respuesta a la convivencia con la Amazonía. La Amazonía, los “pulmones del mundo”, literalmente nos respira humanos dentro de su ser. Pensar en los bosques nos permite cultivar la responsabilidad de estas relaciones de las que formamos parte. Mirando a nuestro alrededor las formas cotidianas en que los humanos se entrelazan con la selva, se revelan historias que pueden llevarnos a fomentar nuevas relaciones de cuidado y abrir posibilidades de una paz más amplia.

 

 

*Kristina Van Dexter ha estado llevando a cabo investigaciones etnográficas en el Putumayo, desde el año 2016, para narrar la experiencia cotidiana referida a la expansión de la frontera agrícola y la consiguiente deforestación, a medida que estas se desarrollan en el contexto de la consolidación de la paz. Su investigación está concentrada en las historias de conflictos, colaboraciones y convivencia entre los seres humanos y la Amazonía, como parte de los procesos de consolidación de la paz. Kristina es candidata a doctorado en Estudios Ambientales de la Universidad George Mason. Durante más de diez años ha estado trabajando colectivamente con indígenas, agricultores campesinos, bosques, plantas, semillas y diferentes conocimientos y prácticas a través de las selvas de Borneo, en Indonesia, la cuenca del Congo y la Amazonía, para replantear las relaciones entre los humanos y los bosques en lo tocante a su mutua convivencia en tiempos de trastornos ecológicos.

 

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