Etnografía como poesía: artefactos explosivos inmateriales de las voces cocaleras del Caquetá

Investigar viene de vestigio, de buscar las huellas. Muchas veces las investigadoras creemos que las huellas son de los otros u otras que están adelante de nosotras; no necesariamente es así, esas huellas pueden ser de las plantas de nuestros propios pies. El vestigio también somos nosotras mismas. Pensar en nuestra huella en la investigación, no como un legado sino como un rastro, los manchones en el mantel después de comer, la tinta en la mano en nuestra propia obra, es investigar. Estas líneas tienen ese fin, regresarme entre las páginas de mi trabajo investigativo y observar uno de los nudos que estoy en camino de apretar más, en una de las cosas que yo denomino poética etnográfica o de cómo la etnografía puede ser poesía.

 

 

 

 

 

*Estefanía Ciro Rodríguez

 

Vestigios en rebelión

 

Investigar viene de vestigio, de buscar las huellas. Muchas veces las investigadoras creemos que las huellas son de los otros u otras que están adelante de nosotras; no necesariamente es así, esas huellas pueden ser de las plantas de nuestros propios pies. El vestigio también somos nosotras mismas. Pensar en nuestra huella en la investigación, no como un legado sino como un rastro, los manchones en el mantel después de comer, la tinta en la mano en nuestra propia obra, es investigar. Estas líneas tienen ese fin, regresarme entre las páginas de mi trabajo investigativo y observar uno de los nudos que estoy en camino de apretar más, en una de las cosas que yo denomino poética etnográfica o de cómo la etnografía puede ser poesía.

Tras la insostenible estigmatización a la que están sometidos las y los campesinos cocaleros, mi investigación buscó adentrarse en entender la experiencia de la “ilegalidad” de las personas involucradas en el cultivo de la hoja de coca (Ciro 2016). Picada mi curiosidad por los trabajos de Howard Becker sobre la relación de la sociedad con las actitudes consideradas “desviadas”, y por la idea de preguntar más sobre las experiencias y las percepciones de las personas acerca del consumo de drogas, trasladé estas dudas al cultivo y procesamiento de la hoja de coca. Quise responder entonces cómo llegan a cultivar coca, de qué manera se relacionan con la hoja de coca y de qué forma perciben quienes viven de la hoja de coca y su procesamiento, cómo legitiman lo considerado “ilegal” quienes se dedican a esta actividad. Esto me llevó a caminar por varios lugares, manejar por varias trochas y conversar con muchas personas en el Caquetá.

Cuando llegó el momento del análisis, cada historia, camino y visita eran un cielo, pero ese proceso tan artesanal como fragmentador que es la codificación, la separación, el agrupamiento, la identificación de patrones, regularidades, excepciones de momentos, casos, transiciones, interpretaciones y experiencias de estudio académico, hizo lo suyo, una tesis académica. Las conceptualizaciones y los fenómenos estudiados eran construidos de rostros y voces fragmentadas, que la sustentaban y le daban fuerza como si fueran una sola voz.

Sin ser esto equivocado, solo uno de tantos caminos a la redacción, la espinita por comunicar tantas cosas que se quedaron latiendo entre los archivos, cobró —como el corazón delator de Alan Poe— varias desconcentraciones, pensando qué hacer, ¿cómo coser de nuevo los pedazos? ¿Cómo perseguir los tonos, los lenguajes, las palabras del campesino y la campesina cocalera?

Otra preocupación era reconocer lo poderosas que eran esas voces como herramientas de movilización popular. Más que recolección de experiencias o de percepciones, lo que latía eran energías concentradas con la capacidad de explosiones inmateriales políticas contundentes. La “guerra contra las drogas”, “la guerra contra-insurgente”, el Plan Colombia no iba por la coca, no iba por las FARC, iba por una rebelión popular que —tal vez— ni la guerrilla comprendió o podía contender. Eso no podía perderse entre hojas digitales, grabaciones y notas de campo. ¿Cómo hacer de un texto académico un artefacto movilizador que liberara parte de esa energía?

 

De instantes a artefactos

 

En el Yarí, todo se tornó apresurado. El cubrimiento de la Décima Conferencia de las FARC en Septiembre de 2016 fue la “presentación en sociedad” de hombres y mujeres insurgentes, lo que significó la invasión de cámaras en sus cambuches, en sus historias de vida, en sus espacios cotidianos, hasta en sus cuerpos. Todavía en estos días recordé, desagradablemente, que uno de los fotógrafos decidió quitarles la ropa para, seguramente, mostrar que eran hombres y mujeres y no alienígenas. La exotización del guerrillero o la guerrillera las convirtió en el “artículo preferido” de los y las fotógrafas que encontraron en sus rostros y vidas una portada segura en los medios internacionales. En medio de este frenesí mediático, fue tan interesante conocer lo que se discutía en los debates insurgentes en la Conferencia, como ver el oficio del periodismo en su forma depredadora.

No obstante, todos se toparon con un obstáculo: la falla del internet. Sin poder enviar a tiempo sus fotografías, reportes y crónicas, todas pensamos estrategias; la mía fue enviar notas de voz por teléfono, en los momentos en que lograba tener internet. Posteriormente, cuando la incomunicación se tornó normalidad, decidí escribirlos a mano y esperar pacientemente a salir. Esto requería que no fueran extensos textos, sino más ágiles y cortos: aquí nacieron las Instantáneas del Yarí (AlaOrillaDelRío, 2016).

Esas instantáneas fueron un primer experimento de lo que llamo la cuestión del ver, estar y contar en la etnografía, ambas basadas en la lectura de Walter Benjamin, uno que pensaba sobre el modo de ver y de contar. Sus viajes, sus colecciones y sus diarios son prueba viva de la manera en que él cultivaba el observar (Benjamin 2014).

También Benjamin fue un comprometido difusor de la Historia en la que los reyes no fueran los protagonistas sino aquellos quienes los sufrían, soportaban y resistían. Su apuesta por el pasado para pensar el presente contrastaba con la incertidumbre por su propio futuro, a medida que el nazismo se expandía en el mundo en forma de ejércitos de soldados persiguiendo gente y una burocracia registraba, medía, empapelaba y buscaba saber exactamente quién era quién en Europa. En medio de este maremágnum catastrófico, él escribía sobre la técnica de difusión, sobre el nuevo oyente/lector, y sobre el arte y la historia que se contaba (Benjamin 2015).

Ambas cuestiones —la difusión y el compromiso del historiador/contador— se concretaban en su primer texto en Calle de mano única (2014):

 

Estación de Servicio

La construcción de la vida se encuentra de momento mucho más en poder de los hechos que las convicciones. Y de ese tipo de hechos que casi nunca han servido en ningún lado como base de convicciones. En estas circunstancias, la auténtica actividad literaria no puede pretender desarrollarse dentro de una marco literario: antes bien, esa es la expresión acostumbrada de su esterilidad. La eficacia literaria trascendente sólo puede consumarse en la estricta alternancia entre hacer y escribir; debe cultivar los discretos formatos del volante, el folleto, el artículo de revista y el cartel publicitario, que se corresponden mejor con su influencia en las comunidades activas que el pretencioso gesto universal del libro. Sólo este lenguaje inmediato se muestra eficazmente a la altura de la época. Las opiniones son al gigantesco aparato de la vida social lo que el aceite a las máquinas; uno no se para ante una turbina y la riega con lubricante. Se le aplica un poco en remaches y ranuras ocultas, que hay que conocer (Benjamin 2014, 43).

 

Conociendo mejor los remaches y ranuras ocultas de la nefasta política de drogas y sus efectos en la vida de los hombres y mujeres del campo caqueteño, la reflexión se dirigía a cómo plasmar lo complejo en formatos más masivos y comprender también la impaciencia del lector de nuestros tiempos. A su vez, a la manera en que las voces de cocaleros y cocaleras se podían convertir en motores de emancipación, de organización y de reconocimiento de la pobreza, la violencia y de una hoja milenaria. Por este motivo, los textos requerían ser detonaciones más que inmersiones.

 

Lo invisibilizado es la dinamita

 

Uno de los efectos de la experiencia de la “ilegalidad” es despojar de rostro, voz y diversidad a quienes quedan inmersos en esta categoría. Los cultivadores de coca son concebidos como adultos, hombres, caprichosos, que se enriquecen fácil, con una propensión casi biológica al mal y a la desviación. En realidad, en los territorios cocaleros coexisten los hombres y las mujeres, los niños y jóvenes con los adultos y ancianos; y toda la violencia implacable de la “lucha contra las drogas” está inscrita en sus vidas: su movilidad constante no se debe a un principio de la economía de la coca sino a la brutal violencia y despojo al cual son objeto las mujeres y los hombres en la actividad cocalera. Es la imposición del silencio de sus voces, la “identidad negativa” que se les tatúa —de la cual habla María Clemencia Ramírez— y el ocultamiento de sus vidas lo que compone la creación del “enemigo interno” y la justificación del ejercicio de violencia sobre tantos cuerpos y territorios.

Es así que la desnaturalización de la culpa que se les carga parte del reconocimiento de sus contextos, sus vidas y voces. La condición de “ilegalidad” no es una situación natural sino un escenario complejo basado en enormes prejuicios. Al contrario de lo que la prensa ha insistido en señalar como “la Colombia profunda”, o “la Colombia invisible”, se debe reconocer que esta invisibilidad/ocultamiento es resultado de una construcción del otro en el que los medios y la academia —quienes se jactan del titular “Colombia profunda”— han sido responsables; no es que esta Colombia se ocultara sino ellos mismos la hacían invisible. Para quienes hemos pisado estos territorios es irrenunciable la responsabilidad de contar, de no aceptar la imposición de la profundidad de una Colombia que ha estado ahí para ser comprendida.

 

Artefactos Explosivos Inmateriales desde las vidas cocaleras

 

En la convergencia de estas múltiples e irresueltas tensiones, escribí los Artefactos Explosivos Inmateriales con el fin de dinamitar el velo pesado de la “ilegalidad”. Más lejanas del realismo mágico y más cercanas al realismo trágico, a 41 días del regreso de la política represiva contra las drogas con su estrategia de fumigación con glifosato y la militarización de nuestros territorios —causante del despojo de las y los campesinos caqueteños— se inició esta serie de poesías, resultado del trabajo de campo. La etnografía como poesía es solo un primer paso; lo que sigue es la lectura, la retroalimentación, la apropiación y destrucción de estos mismos, planteando caminos para que los lectores, principalmente el público caqueteño, se vea a sí mismo, como un vestigio de su propio futuro, que —a pesar del despojo, la política contra las drogas, la incursión petrolera, las ansias de guerra— no podemos dejar de soñar, luchar y perseguir para que sea, para que exista y para que estemos nosotras y la vida de todos y todas, en él.

Con dos ejemplos de esta etnografía poética termino —o inicio— un contar que a la vez es observar. Investigar viene de vestigio; algunas creen esta tiene raíces en moverse hacia delante, caminar; otras creen que refiere a romper. Ambas se concretan en la poesía como etnografía: es motor de movilización, está fijada en el futuro para dinamitar los estigmas que callan las voces de los y las cocaleras del Caquetá.

 

La coca camina, la tierra tiembla

Somos miles.

Salimos de El Doncello y llegamos a La Montañita,

todo el camino está lleno de gente.

Yo llegué al San Pedro y no se han venido aún los últimos de allá,

todos a pie,

todos caminando.

Cuando caminamos

la tierra tiembla.

En la salida de El Doncello,

los militares prendieron llantas,

estaban disparando para que no pasáramos.

Cuando llegó el momento

todos arrancamos.

No se imagina usté el gentío

parecíamos como hormigas.

Para el lado de Las Pavas,

se vinieron otra vez.

Unos venían por encima,

otros por debajo,

entonces los encerramos,

ellos disparaban y quemaban llantas,

pero la gente en multitud es muy aterradora,

nosotros pasamos como si nada,

por encima de esas llantas prendidas.

Cuando caminamos,

la tierra tiembla.

Ya van veinte días acá,

ahora hay hartísima gente.

Primero salió El Puerto,

después salió San Vicente,

después salieron Remolinos y el Caguán.

Esto es bonito

y miedoso.

Por ahí en la noche

ya no hay nadie,

no se sabe si es que se van o los matan.

En todo caso no están.

y por la tarde, otra vez

esto lleno de gente,

todos diferentes.

La coca camina,

la tierra tiembla.

01/17/2018

  1. Formas de parir

 

En el Huila, estaba por enfermarme de la niña

y cuando vi yo que la iba a tener,

arreglé las maletas

y subí tres horas de camino para buscar al papá

que estaba trabajando por ahí.

Apenas lo vi le dije,

            vengo con dolores,

            vengo enferma

y él me recibió.

Ahí había una casa, y yo le dije,

            oiga lo que oiga, no se le ocurre entrar,

            déjeme sola a mi.

Ahí en la habitación

yo acomodé un caucho,

alcohol, tijeras, algodón,

hice como una especie de camilla

y me acomodé.

Ahí recibí a mi niña, en una colcha,

ahí fue donde mi primer niña nació.

Yo la desombligué

y salió la placenta,

ahí fue el parto,

yo misma la tuve.

Las colombianas nos enfermamos,

las mexicanas nos aliviamos.

Yo me alivié en El Paso.

Y busqué la selva.

En el Caguán cocinaba en un plante de coca.

Mientras eso, yo pensaba cómo iba a ser este parto.

Si lo tengo acá, de aquí a que me saquen de acá….

éramos muchos trabajadores

y dormíamos en los árboles

porque en las noches pasaban los zorrillos en manada.

Ese martes yo sentí dolores,

me fui a parir y le avisé al patrón.

Yo recogí el caucho de los que utilizan para secar la hoja de coca

y me encerré en una pieza ahí,

y alisté todo lo que necesitaba,

como lo hice la primera vez,

el alcohol y esas cosas.

En el Caguán nació el niño,

yo sola lo tuve ahí encima de ese caucho.

Yo recogí la placenta.

En el Huila tuve la niña

En el Caguán tuve al niño

Yo recogí la placenta

Yo lo tuve encima de ese caucho.

Las colombianas nos enfermamos,

las mexicanas nos aliviamos.

Yo me alivié en El Paso.

18/08/2018

 

Bibliografía.

 

AlaOrillaDelRío. 2016. Instantáneas escritas del Yarí. Disponibles en http://alaorilladelrio.com/2016/09/17/instantaneas-escritas-del-yari/

Benjamin, Walter. 2015. Juicios a las brujas y otras catástrofes. Santiago de Chile: Editorial Hueders. 2ª Edición.

Benjamin, Walter. 2014. Calle de mano única. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: El cuenco de Plata.

 

 

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